Detrás de esos síntomas como gases, cansancio, insomnio, dolor difuso, ánimo bajo, ansiedad, confusión mental, problemas digestivos o el aumento de peso, puede estar un proceso de inflamación silenciosa.
El cuerpo habla, a veces grita, y debemos escucharlo. No es normal pasar todo el día a día con falta de vitalidad y con esos problemas. ¿Por dónde empezamos para darle la vuelta a este estado?
ANTES DE INCLUIR, VAMOS A DEJAR SALIR
Nos referimos a eliminar los alimentos con efecto inflamatorio de la alimentación, para después, llenar la despensa de alimentos que no inflaman, que nutren y protegen de la inflamación.
ALIMENTOS A ELIMINAR
- Harinas Refinadas: hay que evitar alimentos como el pan blanco, las galletas, la repostería…
- Azúcar y todos sus derivados: promueven el hígado graso, la resistencia a la insulina y la hiperpermeabilidad intestinal. Además afectan a la microbiota bucal e intestinal.
- Alcohol: no deja de ser un tóxico para nuestro organismo, y debemos evitar su consumo si queremos prevenir y controlar la inflamación. Además, obliga a nuestro hígado a trabajar más y favorece la deshidratación.
- Procesados: tienen un valor nutricional muy bajo; nos llenan la barriga pero contienen pocos nutrientes, y llevan un exceso de aditivos artificiales, sales, aceites de baja calidad y azúcares, entre otros.
- Grasas hidrogenadas y parcialmente hidrogenadas: promueven la inflamación crónica de bajo grado ya que el organismo no las reconoce como nutrientes y las suele almacenar lejos de los órganos, por ejemplo en el tejido adiposo.
- Lácteos: especialmente los de vaca, contienen caseína, una proteína globular que a las bacterias de nuestro intestino les resulta muy difícil de metabolizar, y acaba pasando por la pared del intestino favoreciendo la hiperpermeabilidad intestinal.
- Gluten: no solo está en las harinas de trigo. Cebada o centeno y productos elaborados con ellas –como panes, pastas, bollería– llevan gluten. También puede esconderse en salsas, cervezas, preparados, hamburguesas, embutidos, quesos…
*ATENCIÓN: En el caso de los lácteos y el gluten, ya sabemos el enorme debate que existe en la materia. Si no eres específicamente intolerante a estos nutrientes, no es necesario erradicarlos de la dieta por completo ya que tienen un valor nutricional importante para nuestra salud. Lo único, es tener en cuenta que hemos de buscar el equilibrio y no pasarnos con estos productos.
ALIMENTOS A INCORPORAR
- Vegetales de hoja verde: contienen una gran cantidad de antioxidantes, entre ellos la clorofila, que nos ayudan a combatir la inflamación. Frescos y de temporada, de proximidad, cultivo ecológico. Destacan: crucíferas, cebolla, aguacate…
- Legumbres y cereales: mejor consumir los cereales en grano que en harina, y siempre en su versión integral. Prueba las versiones sin gluten, deliciosas, como quinoa, teff y trigo sarraceno.
- Grasas saludables: como el aceite de oliva virgen extra, las semillas de chía y lino (que también son buena fuente de fibra mucilaginosa), frutos secos, aguacates…
- Alimentos prebióticos: ricos en fibra como las verduras y hortalizas, frutas, legumbres, plátano macho y patata cocida y enfriada.
- Alimentos probióticos: con microorganismos vivos, como el vinagre de manzana, kéfir, kombucha, chucrut y kimchee…