No llega a los dos kilos de peso y tiene una textura similar a la gelatina. Por esta descripción parece poca cosa, pero el cerebro es uno de los órganos más poderosos y, como deportistas, ser consciente de ello nos puede facilitar acercarnos a nuestras metas. No nos engañemos, nuestros músculos se mueven, pero sin un cerebro que da la orden para encadenar los movimientos, cualquiera de nuestras prácticas deportivas serían imposibles.
El cerebro es un gran consumidor de energía y oxígeno, para asegurar su abastecimiento. Está regado por una de las redes de vasos sanguíneos más ricas de nuestro cuerpo, que se alimenta a través de las arterias con aproximadamente un 20% de la sangre que sale del corazón en cada latido, para distribuirla en su interior por venas y capilares.
¿Cómo funciona?
En la característica superficie arrugada de la capa exterior del cerebro, lo que se conoce como cortex, los científicos han podido identificar diferentes áreas estrechamente vinculadas con ciertas funciones.
Nuestro cerebro está dividido en dos hemisferios: el izquierdo controla los movimientos del lado derecho de nuestro cuerpo; y el derecho, la parte izquierda.
En la mayoría de las personas, el área del lenguaje se encuentra principalmente en el hemisferio izquierdo. No obstante, el trabajo real del cerebro se produce en sus más de 100 billones de neuronas que se conectan en una densísima red conocida como "bosque neuronal", en el cual se generan las bases de los recuerdos, los pensamientos y las sensaciones.
En el bosque neuronal existen trillones de conexiones, conocidas como sinapsis, en las que se produce la comunicación entre neuronas mediante un proceso químico-eléctrico: la neurona emisora libera unas moléculas llamadas neurotransmisores que se acoplan a la neurona de destino. La inmensa densidad de esa red establece con los años patrones de conexión más fuertes y activos, permitiendo a nuestro cerebro codificar los pensamientos, recuerdos, habilidades y sensaciones de una determinada manera, que nos hacen ser como somos.
Esos patrones no son inamovibles, cambian a lo largo de la vida conforme conocemos nuevas personas, vivimos nuevas experiencias y experimentamos nuevas sensaciones. Por eso, las formas de pensamiento alternativo y tener una mentalidad abierta, mejoran el funcionamiento de nuestro cerebro, lo conservan joven y nos protegen de enfermedades como el Alzheimer. Es lo que se conoce como neuroplasticidad cerebral. Esta cualidad es importantísima ya que desecha el mito absurdo de que una vez que te haces mayor la mente es más rígida y no puedes cambiar, ni tus hábitos ni tu forma de ser. Muy al contrario, con entrenamiento (por ejemplo a través de prácticas de Mindfulness-Atención Plena) podemos generar cambios estructurales muy importantes en nuestro cerebro, siendo tan flexible como el cerebro de un niño.
El cerebro triuno
Nuestro cerebro evolutivamente está formado por la superposición de 3 cerebros que trabajan de forma conjunta en red. Es la teoría del cerebro triuno de Paul MacLean de 1950.
- El cerebro más primitivo, o la primera capa, es el cerebro instintivo o reptiliano. Incluye el tronco del encéfalo y el cerebelo. Se encarga de nuestras funciones vitales automáticas (respiración, frecuencia cardiaca, digestión...).
- Por encima de este cerebro, se desarrolla el cerebro de mamífero inferior, cerebro emocional o límbico. Es el centro de nuestras emociones: alegría, enfado, tristeza, miedo, asco…
- La capa más externa es la corteza cerebral o neocórtex. Solo la tienen los mamíferos superiores y los humanos. La parte de ésta que nos distingue como especie es la parte más frontal. Son los lóbulos prefrontales. Allí reside nuestra parte más humana y civilizada. Es el asiento de los pensamientos y de los sentimientos. Se encarga de las funciones ejecutivas superiores: razonar, pensar, evaluar, vetar impulsos emocionales, toma de decisiones, hacer planes, trazar estrategias, auto-observación, auto-motivación, lenguaje, empatía y compasión.
¿Quién guía nuestra conducta?
Todos los estímulos que entran a través de nuestros sentidos (olfato, oído, gusto, tacto, olor) llegan en 125 milisegundos al cerebro reptiliano y emocional. A este nivel, la información es codificada como amenazante (amenaza real o imaginaria), placentera o neutra.
- En caso de sospecha de peligro, se pone en marcha una reacción automática e inconsciente en el cuerpo que da lugar a una conducta impulsiva y muy rápida del tipo 'ataque-huida-parálisis'. Esta reacción se activa, por ejemplo, cuando nos sentimos ofendidos, cuando alguien no cumple con nuestras expectativas, cuando nos sentimos inferiores o superiores a los demás, ante un examen o situación estresante…. De igual forma, detrás de toda rabieta de un niño o conducta agresiva, tanto verbal como física (gritos, insultos, maltrato, asesinato, autoagresión, bullying), se encuentra nuestro cerebro reptiliano-emocional.
- En cambio, ante las situaciones placenteras (comer, comprar ropa…) se dan conductas automáticas de acercamiento y de repetición. Toda conducta adictiva (adicción a drogas, alcohol, tabaco…) también viene guiada por esta zona cerebral.
375 milisegundos más tarde, la información llega desde los cerebros reptiliano-emocional a los lóbulos prefrontales. Allí es evaluada y ponderada. Dando lugar a una respuesta consciente más reflexiva y más humana. Esta respuesta es capaz de vetar los impulsos del sistema instintivo emocional siempre que tenga el tiempo suficiente para evaluar toda la información (de ahí la importancia de aprender a no actuar bajo la emoción, el primer impulso). Esta capacidad es lo que se llama inteligencia emocional. Y es, en el entrenamiento de esta habilidad, en dónde está la clave para reconocer la realidad tal y como es, ayudándonos a "dejar de ser esclavos de nuestras reacciones automáticas, para pasar a ser dueños de nuestras respuestas conscientes" (y saludables).
Seguiremos indagando sobre este maravilloso e interesantísimo tema sobre la conexión mente-cuerpo y cómo afinarla.
Fuentes: Familia y Salud, EducacionTresPuntoCero, DesarrolloVisual