Para mí, cualquier persona, tenga discapacidad o no, puede hacer lo que se proponga, siempre y cuando tenga los medios necesarios para ello o para suplir esa menor capacidad para hacer las cosas, en este caso el Camino de Santiago. Y no por el hecho de haber conseguido ese propósito que se me presentó creo que haya que darle más importancia que si lo realiza una persona que no tiene discapacidad, si lo que queremos -y creo que es el sentir de toda persona con diversidad funcional- es lograr una normalidad y que estas cosas no se vean como algo extraordinario.
Planteando el reto
Todo empezó en una comida entre amigos en la casa de mi familia en O Pedrido, un pueblo a unos 25 km de A Coruña. Entre los invitados estaba Óscar, que había llegado a la cita con su bici y sus alforjas. Óscar es un apasionado de la bicicleta que ya ha realizado varios Caminos de Santiago y rutas, y acudió a O Pedrido en tres días desde La Bañeza (León), donde residen sus padres. Hablando de sus peripecias en la bici y la cantidad de kilómetros que se ha recorrido por España adelante, en un momento dado dijo: “Pues la verdad es que me encantaría que estos días de viaje terminaran conmigo y con Jorge haciendo el Camino de Santiago...” Momentos de silencio en la mesa, todo el mundo mirando para mí y ya empezaron los típicos comentarios: Jorge es un rajado, no lo va a querer hacer, ¿a qué no hay…?; es decir, frases que en este tipo de situaciones nunca faltan. Pero el hecho de ver a Óscar tan convencido y con tantas ganas me hizo dar ese empujón que necesitaba para decidirme. Era una oportunidad para demostrarme a mí mismo y a los demás que, con algo de ayuda, puedo realizar cosas que a priori una persona con diversidad funcional no se plantea; algo que ni tan siquiera a menudo los demás creen posible, y considero que esto es lo más importante, lo que hay que cambiar de verdad.
Así soy yo
Describo brevemente los detalles de mi discapacidad física. Soy una persona que nació con espina bífida, tengo discapacidad visual grave (estoy afiliado a la ONCE) y discapacidad orgánica (en estos momentos llevo tres años trasplantado de riñón y tengo que llevar una sonda que va directamente a la vejiga para evitar infecciones de orina y que el riñón deje de funcionar). Como dice una amiga, tengo un completo. Y como comenté yo antes, las personas con diversidad funcional necesitamos alguna ayuda para realizar ciertas actividades, ya sean de la vida cotidiana o no. En este caso esa gran y valiosísima ayuda vino de la mano de personas de la Fundación ENKI, quienes, tras comunicarles la idea que teníamos, me prestaron una handbike y me dieron todas las facilidades que tenían en su mano para que pudiese aprender a manejarla e incluso estuvieron en contacto con nosotros en todo momento por si surgía algún problema a lo largo del trayecto. Sin duda, resultan primordiales fundaciones como ENKI, que ayuda a la inclusión de personas con discapacidad en el deporte (actividad fundamental a nivel físico y mental para cualquier persona) y ayuda además a la inclusión social de estas personas y sus familias.

Y así es la máquina
Con anterioridad a que contactáramos con ENKI y nos prestaran la handbike, Óscar había trazado un recorrido alternativo para hacer el camino y llegar a Santiago de Compostela. Ese trazado era más factible para una persona en silla de ruedas porque iba básicamente por asfalto y pistas de tierra, pero viendo la máquina que nos prestaron ya dijo Óscar que había que hacer el Camino tal y por donde iban marcando las flechas amarillas, porque con esta máquina íbamos a poder seguro, aunque costase más. La handbike, aparte de ser una bicicleta con tres platos y cinco piñones en la que “pedaleaba” con los brazos, tenía la asistencia de una batería que me tranquilizaba si en un momento dado el camino se hacía muy cuesta arriba. Tengo que decir que en mi vida había visto una handbike a no ser en alguna imagen. Así que el día anterior al viaje quedamos con las personas que me traían la handbike de ENKI en el velódromo de Betanzos para empezar a probarla y saber cómo era su manejo. Yo de pequeño podía montar en bici, pero nunca había andado con una de marchas, de modo que, al principio, y -por qué no decirlo- durante el trayecto, me hacía un poco de lío con los cambios. Así que la probé ese día un ratito y al día siguiente partimos hacia Santiago de Compostela. Desde la puerta de casa, puesto que el Camino Inglés que se inicia en Ferrol pasa prácticamente por delante de ella.
Como dijo mi hermano: “si haces esto, no es que te salgas de tu zona de confort, es que te vas a otra galaxia”.

Saliendo de mi zona de confort a lo bestia…
Lo afronté con ilusión, aunque no soy nada expresivo y para los que me conocen seguro que les parecería que no estaba nada convencido ni animado. Pero no era así. Para mí significaba mucho; era como se suele decir ahora “salir de mi zona de confort”, o como dijo mi hermano: “si haces esto, no es que te salgas de tu zona de confort, es que te vas a otra galaxia”. Y así era, porque debido a mi diversidad funcional y sobre todo a la discapacidad visual, en casa siempre han sido muy protectores conmigo a la hora de que yo haga cosas por mi cuenta, incluso actividades normales de la vida diaria por miedo a que algo pueda salir mal y me pase algo. Este problema de la sobreprotección en casa es común en personas con discapacidad y con más asiduidad en personas con discapacidad de nacimiento, como es mi caso. Es entendible el miedo o inseguridad por parte de los padres a que su hijo/a pueda sufrir algún percance al realizar una actividad del tipo que sea por sí solo (cocinar o cualquier otra actividad doméstica, coger el transporte público, entre otros muchos ejemplos), pero no es menos entendible la necesidad que tenemos las personas con discapacidad de realizar todo tipo de actividades dentro de nuestras posibilidades y conseguir una autonomía más o menos plena. Es un tema interesante que daría para otro artículo.
Esta experiencia me ha servido para dar ese paso adelante que necesitaba para coger un poco más las riendas de mi vida y darme cuenta y demostrar que puedo hacer muchas cosas y defenderme solo sin tener que depender siempre de mi círculo cercano.

Una experiencia intensa de crecimiento personal
Pero ya centrándome en el tema que nos ocupa, mi experiencia como persona con diversidad funcional haciendo el Camino de Santiago, he de decir que fue algo maravilloso, imposible de olvidar, y que me ha servido para dar ese paso adelante que necesitaba para coger un poco más las riendas de mi vida y darme cuenta y demostrar que puedo hacer muchas cosas y defenderme solo sin tener que depender siempre de mi círculo cercano de amigos, familia, etc. El trayecto requirió mucho esfuerzo físico, por supuesto, pero sobre todo un gran esfuerzo mental y de concentración, especialmente por mi discapacidad visual grave, ya que Óscar tenía que estar muy atento en todo momento al camino y yo a las instrucciones que me iba dando (si tenía que girar un poco a la dcha. o a la izda., frenar un poco menos o un poco más, etc.). Desde luego, esta concentración máxima que debía tener fue lo que más me desgastó. Cuando íbamos por senderos entre bosques no veía absolutamente nada, no distinguía por donde tenía que ir; solo veía una variación de colores y tengo claro que, si no llega a ser por Óscar, que me sirvió de guía durante todo el camino, hubiese sido imposible para mí realizarlo solo.

El calor humano, que no falte
Si os preguntáis si tuve alguna caída, pues si, un par de ellas, pero siempre caídas tontas casi parado y siempre porque me desconcentraba en algún momento. Sentí el apoyo de la gente que nos íbamos encontrando por el camino: por ejemplo, en un primer albergue donde paramos durante un rato, la gente al ver la handbike se interesaba en saber qué era y cómo funcionaba, y me daba ánimos y mucha fuerza para continuar; o en una gasolinera donde hicimos una pequeña parada para descansar e hidratarnos, la chica que estaba nos dio un montón de galletas y cosas para ir tomando por el camino. La verdad que toda la gente que nos fuimos encontrando nos ayudaba de alguna manera y fue un placer el haber compartido con ellos y ellas momentos de esta bonita experiencia. También en el albergue donde hicimos noche, que, por cierto, era accesible y tenía un baño y una habitación adaptada para personas con discapacidad (Albergue de peregrinos Rectoral de Poulo) pasamos buenos ratos con la gente con la que coincidimos allí. Y hablando del albergue, la handbike no cabía allí dentro, claro, así que mi hermano y mi cuñada vinieron en coche hasta él para traerme mi silla de ruedas… Ya veréis la gracia que les va a hacer a ellos y al resto de mi familia cuando sepan que me he enganchado a esto de la handbike y al mundo del Camino de Santiago y les cuente que el verano que viene lo mismo Óscar y yo empezamos el Camino desde Roncesvalles, ¡ja, ja!

La emoción de conseguirlo
La sensación de libertad durante todo el camino, y ser capaz de desenvolverme yo solo en el albergue, con Oscar siempre pendiente a cualquier cosa que necesitase, y el conocer a gente diferente y relacionarme con ella fue algo muy enriquecedor y que también me llevo como aprendizaje. La llegada a la Plaza del Obradoiro ¡increíble!; fue un momento en el que solté todas las emociones acumuladas y no pude evitar llorar a pesar de ser una persona que no suele mostrar sus emociones, pero es que en este caso había un reto personal que empezó como lo que parecía una broma en una comida entre amigos y acabó convirtiéndose en una de las mejores experiencias de mi vida.
