Empezamos con mucha ilusión. Nos vamos superando. Nos sentimos orgullosos por haber salido de la zona confortable. Nos reímos, hablamos de nuestros éxitos, los celebramos. Incluso tratamos de contagiar nuestro entusiasmo a quien no se ha decidido todavía a practicar un deporte. Pero un día, nos aburrimos, perdemos la ilusión e ir a entrenar se convierte en un suplicio. ¿Por qué? Puede deberse a varios motivos: la rutina, tener molestias, estar cansado, entrenar siempre igual, pero sobre todo, la exigencia que te pongas. Cuando te comportas con tu afición de forma exigente, terminas por convertirla en una responsabilidad y deja de ser un motivo de disfrute.
A este sentimiento de no tener ganas de entrenar, le acompañan distintos estados emocionales: sentimiento de culpabilidad por no ser capaz de cumplir con tu compromiso; tristeza porque no entiendes por qué “ayer" era algo tan estimulante y hoy ha dejado de serlo; ansiedad por perder la forma, el peso ideal, la imagen que ahora tienes, y frustración, debido a que ya no te sientes poderoso, capaz y orgulloso de ti mismo.
Estas emociones que te hacen sentir mal no las tienes cuando dejas de jugar al Candy Crush, ni cuando dejas de whatsappear, ni cuando dejas otro tipo de ocio de lado. No tener ganas de hacer deporte lo interpretas como algo negativo porque “dice" de ti que eres un vago, que ya no eres capaz y que estás postergando una actividad saludable. ¡Eureka! Este es el problema, tu interpretación, los juicios de valor que haces de ti como consecuencia de tu falta de motivación y la poca compasión que te tienes. Eso es lo que te lleva a sufrir, no el no salir a correr.
Consejos para luchar contra las malas sensaciones:
1. Para. El síndrome de estar quemado que surge en ocasiones puede verse incrementado si te fuerzas a seguir cuando no te apetece. Seguramente un descanso, mental y físico, hará que vuelvas a echar de menos lo que ahora te ha saturado.
2. Cambia de actividad y prueba con otros deportes. Nos llegamos a cansar hasta de comer gambas frescas y jamón de jabugo si lo hacemos a diario. Existe un efecto de saciación que te lleva a no disfrutar lo que en principio podría ser un manjar. Prueba durante estos días a realizar otra actividad distinta, un deporte en equipo, nadar o solo caminar.
3. Si crees que tu nivel de exigencia te hace sufrir, empieza como un principiante, como si volvieras a empezar. Te quitará todo el lastre de tener que cumplir con tiempos, distancias o esfuerzos.
4. Plantéate por qué empezaste, qué te atrajo, por qué te iniciaste. Lo más seguro es que el motivo que te lleva ahora a entrenar y que te está asfixiando no tenga nada que ver con el motivo inicial por el que empezaste.
5. Invita a algún amigo a entrenar contigo y adáptate a su ritmo. Ayudará a que te sientas más relajado.
6. Olvida todos los artilugios que miden todo tipo de parámetros: teléfono, reloj, pulsómetro. Nada. Sal a hacer deporte por sensaciones, sin que nadie te diga a qué ritmo vas ni la distancia que has recorrido. Deja de medir. Estos parámetros pueden ser motivantes o todo lo contrario, imprimir un nivel de exigencia, querer superarlos continuamente y esto eleva el nivel de ansiedad, presión y exigencia.
7. No te exijas nada. Eres libre para correr, nadar, jugar al ritmo y con la calidad que te salga. Olvida los resultados, céntrate en tu rendimiento, en tus sensaciones, en corregir algo de la técnica. Pero no quieras conseguir nada. No te van a pagar por ello y ni vas a vivir de esta actividad.
8. Prueba a cambiar rutinas: entrenar a otra hora, con otra gente, en un parque distinto, con otra ruta, con otra ropa deportiva. Cambia, sal de la zona confortable en la que ya no estás entrenando con gusto.
9. Busca un reto que te apasione. El reto no tiene que estar relacionado con la superación personal, como puede ser mejorar tu marca. El reto puede ser convencer a tus hijos para que hagan deporte contigo, apuntarte a una carrera bonita que puedas disfrutar, jugar en un campo de golf que te ilusiona. Busca lo que te apasione.
10. Introduce la flexibilidad. Olvida horarios y obligaciones. Déjate llevar por “lo que se tercie, lo que me apetezca, lo que surja". Un poco de desorden y anarquía romperá con la rigidez de quien termina planificando todo. La mayoría de las veces las personas se sienten mal cuando no son capaces de cumplir con su planificación y su rigidez.
Y acuérdate de disfrutar, ¡sobre todo de tus descansos y de no hacer nada!
Cuando ya no disfruto de mi deporte
Empezamos con mucha ilusión. Nos vamos superando. Nos sentimos orgullosos por haber salido de la zona confortable. Nos reímos, hablamos de nuestros éxitos, los celebramos. Incluso tratamos de contagiar nuestro entusiasmo a quien no se ha decidido todavía a practicar un deporte. Pero un día, nos aburrimos, perdemos la ilusión e ir a entrenar se convierte en un suplicio. ¿Por qué? Puede deberse a varios motivos: la rutina, tener molestias, estar cansado, entrenar siempre igual, pero sobre todo, la exigencia que te pongas. Cuando te comportas con tu afición de forma exigente, terminas por convertirla en una responsabilidad y deja de ser un motivo de disfrute.