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Todos estamos ávidos de buenas noticias y cualquier vestigio de positivismo en la pandemia que estamos viviendo es muy bien recibido por los más optimistas, en vías de recuperar la totalidad de las libertades perdidas por los estrechos protocolos sanitarios por los que nos estamos viendo obligados a pasar.
Los campos de una ecuación
Los virus, aunque no sean considerados organismos vivos, ya que necesitan entrar en simbiosis con “hospedadores" que permitan su multiplicación y difusión, siguen una genealogía muy parecida y, hasta ahora, este SARS CoV2 no está siendo muy diferente a sus predecesores.
Hay varios factores, sin tener relación directa con la debilitación de un virus, que pueden incidir en que se reduzca su agresividad:
Mayor alerta en la sociedad y aumento de medidas de prevención.
Mejor conocimiento de las fases de la enfermedad y tratamientos protocolizados.
Incremento de la inmunidad de grupo (la población más vulnerable ya se ha contagiado en un alto porcentaje).
Causas medioambientales (el calor excesivo y el aire seco pueden desactivar muchos tipos de virus).
Una cadena de precisión
El COVID 19 ha seguido una secuencia paralela a la de otros virus causantes de patologías respiratorias graves. El contagio masivo depende de la variación antigénica de sus glicoproteínas: el ácido nucleico del SARS CoV2 es un ARN segmentado, el cual codifica por una ARN polimerasa que no tiene función de corregir los errores de lectura y, por lo tanto, se produce una alta tasa de mutaciones.
Para que un virus pierda actividad han de acumularse mutaciones en su material genético (ARN), procedente de los viriones que vayan surgiendo. Estas mutaciones pueden producir nuevos viriones que lleven un ARN que los haga menos agresivos. También puede suceder que durante estas transformaciones se pueden generar viriones más virulentos o… no tener efecto.
Si el SARS CoV2 se dispone a perder agresividad, es necesario que se atenúen los millones de viriones que infectan a los millones de humanos: eso no se produce en pocos meses. En este caso no es una partícula viral decidida a moderar su actitud, es una mutación progresiva y, en este caso, indeterminada.
La inteligencia funcional del virus
En una mutación vírica hay cambios que van mucho más allá de la pérdida de su agresividad, que no siempre se produce. Con el paso del tiempo se multiplican las partículas virales menos agresivas, que desplazan a las más virulentas. Se trata del fenómeno de la selección natural: la versión que consiga propagarse mejor irá dejando más copias de sí misma.
Al perder agresividad la alerta social se rebaja, los individuos asintomáticos crecen y el virus consigue incrementar su presencia: esta es la secuencia lógica que nos llevará a padecer nuevas epidemias o, lo que es peor: otra pandemia.
Un SARS CoV2 menos agresivo deja a los infectados ir a comidas familiares, a la oficina, a una fiesta… donde mantiene su cadena de contagios (supervivencia) intacta. En este punto, y haciendo un resumen muy esquemático, el virus mata menos, pero contagia más.
Esto se podría definir como la inteligencia funcional del virus: si nos permite un sistema de vida más relajado tiene más garantías de sobrevivir que si nos mata a todos los contagiados… porque el virus desaparecería con nosotros.
En este momento la única realidad es que falta mucha información para determinar si el SARS CoV2 ha perdido capacidad infecciosa y, en caso de producirse, que la patología a desarrollar sea menos violenta y se reduzcan los decesos, por lo que nuestro mejor consejo es que no bajemos la guardia y que mantengamos nuestro estado de alerta y las medidas de autoprotección como hasta ahora, en espera de un tratamiento específico o de la aparición de las ansiadas vacunas.
Texto resumido del publicado en The Conversation.com por Miguel Pita, Doctor en Genética y Biología Celular, Universidad Autónoma de Madrid.
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