En la base del cerebro se encuentra la llave para controlar el apetito: el hipotálamo una glándula que recibe información sobre el estado de tus reservas energéticas y activa la sensación de hambre cuando estas disminuyen. Una vez que el estómago se llena, se envían las señales de saciedad al hipotálamo para que no sigamos ingiriendo más alimentos.El hipotálamo también recibe todo tipo de informaciones relacionadas con las emociones, la afectividad, la memoria, la voluntad, que son interpretadas y codificadas en nuevos mensajes como ocurre con el caso del hambre y la saciedad. Cuando el sistema funciona correctamente, las emociones no tienen porque afectar al apetito y comemos cuando lo necesitamos realmente. Cuando aparecen problemas de origen nervioso o psicológico, el hipotálamo se desajusta y se empiezan a mezclar las señales emocionales con las de la conducta alimentaria. Hay personas que ante una situación de estrés reciben señales de saciedad del hipotálamo y dejan de sentir hambre, adelgazando ante las situaciones de tensión. Otras personas (generalmente las obesas) reaccionan ante los problemas comiendo más cantidad y todo tipo de alimentos calóricos, por lo que terminan engordando. En el equilibrio emocional está la clave para entender como puedes controlar tu apetito, por lo que sólo conseguirás adelgazar de forma permanente cuando tu vida esté organizada y hayas resuelto los problemas que te preocupan.
Cuando aumenta el estrés, aumenta el peso
Nuestro organismo está muy bien adaptado a las condiciones de vida más duras, de ahí que cuando las cosas se ponen difíciles, se pongan en marcha mecanismos para guardar más grasas de reserva, en previsión de épocas de escasez y falta de alimentos. En la vida que llevamos, afortunadamente se pasa hambre por “vocación” pues no nos faltan alimentos, pero eso no quiere decir que vivamos bien, pues pocas personas se libran de las tensiones, el estrés, la ansiedad y los nervios que caracterizan nuestra forma de vida “occidental”. Esta “mala vida” desencadena señales en forma de sustancias, hormonas neurotransmisores, etc. que activan en el cerebro y algunos órganos mecanismos de defensa frente al estrés, que en la mayoría de las personas provocan un aumento de la actividad, más nerviosismo y más tensión, y por supuesto, terminan provocando insomnio o sueño de mala calidad. Estas reacciones más básicas provocan medidas de urgencia, como la de aumentar las reservas de grasa corporal en previsión de malas épocas. Y es que hasta hace pocas décadas, el problema más habitual de los seres humanos era el hambre o la escasez de alimentos, no los exámenes, las fechas de entrega, las prisas o las broncas con los jefes. Nuestro metabolismo no tiene forma de diferenciar si la subida de adrenalina está provocada por las horas extra en el trabajo, o por una avalancha de nieve en invierno o una estampida de bisontes.