La primera duda a la hora de planificar el viaje es decidir entre las dos alternativas que ofrece el Camino portugués: por la costa o por interior. Nosotros nos decidimos a hacerlo por la costa, que tiene la ventaja de ser más llano y más atractivo si eres de “secano” como nosotros que echamos mucho de menos ver el mar, pero en contra tienes zonas más turísticas y menos “auténticas” que en el camino del interior.
La segunda cuestión a resolver es logística. Cómo llegar a Oporto con las bicis. Nosotros lo tuvimos muy fácil gracias a la ayuda de Serafín, un buen amigo gallego que nos recogió en Santiago, dónde dejamos aparcado el coche, y nos bajó en su furgoneta hasta la ciudad portuguesa. La alternativa era ir desde Madrid en autobús, que en la compañía Alsa hay horarios en los que puedes llevar la bicicleta. Para el regreso, puedes usar el servicio de Correos (por 48 € te la envían a casa desde Santiago) o puedes comprar por 14 € la caja de cartón que pueden pedirte para llevarla contigo de vuelta en el autobús o en el avión.
Tercer dilema: ¿En cuántos días lo hacemos? Quizá lo más recomendable sea hacerlo en cinco, pero nosotros sólo teníamos cuatro días para pedalear, ya que por delante no queríamos faltar a la Carrera por la ELA en Madrid y por detrás teníamos entradas para ver el concierto de Ed Sheeran en el Monte del Gozo.ç

Llegamos al Albergue de Peregrinos de Oporto (muy bien ubicado cerca del centro) y sin perder tiempo nos fuimos a conocer la ciudad para lo que alquilamos un tuk-tuk, una especie de motocarro que se cuela por todos los rincones y nos permitió en un par de horas tener una visita rápida antes de parar a cenar para disfrutar de un bacalao.
EN MARCHA
Fuimos a la Catedral a sellar nuestras credenciales y arrancamos. Poco tardaron en llegar las primeras dificultades. Tuvimos que entrar a comprar unos pulpos para fijar mejor las alforjas y nos perdimos varias veces por las calles de Oporto antes de encontrar finalmente el Camino. No hay muchas flechas amarillas en la primera jornada que nos marcamos: hasta Esposende, 58’4 km. Los primeros kilómetros son espectacular por la Ribeira de Oporto por la desembocadura del río Duero.
Es una jornada casi completamente llana (apenas 160 m de desnivel en todo el día) pero con la dificultad del viento que pega fuerte y siempre de cara. Vas alternando el paso por playas (algunas tan turísticas como la de Matasinhos, lástima de pasar temprano y no poder parar a comer las sardinas a la brasa) con muchos tramos en los que vas por pasarelas de madera. Gracias al ciclista local que nos lo indicó, tomamos un pequeño desvío que nos permitió pasar por la Reserva Ornitológica de Mindelo. La parte final del día ya llegas a pueblos más pintorescos, como la aldea de pescadores de Vila Cha, hasta llegar al Parque Natural de la Costa Norte, de playas infinitas con grandes dunas en la que quisimos darnos nuestro primer baño pero todo quedó en meter las piernas…¡el agua estaba helada!
La segunda jornada nos llevó hasta A Guarda, 59’1 km, para dormir ya en tierras gallegas. Una etapa que sólo tuvo un pero: el viento tremendo que hacia que tuvieras que ir en plato pequeño hasta en las zonas llanas. Una jornada con momentos duros, como la subida al Castelo de Neiva, dónde está primera iglesia dedicada al apóstol en toda la península, o la entrada por el Puente Eiffel (diseñado por el ingeniero francés en 1878) a la preciosa Viana de Castelo, donde visitamos su Catedral con aspecto de fortaleza.

Al llegar a Vila Praia de Áncora divisamos por primera vez el Monte Santa Tecla, que te anuncia que pronto estaremos en tierras gallegas. El paso lo haces en Caminha, dónde cogimos el taxi-mar de Magalhães (que nos vendió su experiencia diciéndonos que había sobrevivido a cuatro naufragios...). Con un fuerza sorprendente, cogió nuestras bicis con las alforjas, las colocó en las barcas y en apenas cinco minutos estábamos desembarcando en la orilla española en un enclave precioso en la desembocadura del Miño. Nada más cruzar, nos pusimos el bañador, y a disfrutar de un buen ganado baño que el calor había apretado todo el día. El premio fue que por una noche cambiamos el albergue para alojarnos con todas las comodidades en el Convento de San Benito de A Guarda.
MENOS LUCES Y MÁS SEÑALES
La tercera etapa era la más ambiciosa y la que yo recomendaría dividir en dos, sobre todo si no tienes mucha experiencia ciclista. Nosotros fuimos desde A Guarda a Pontevedra. La primera parte del día nos permitió disfrutar de las vistas a una costa que ya es más escarpada, de entrar al Monasterio cisterciense de Oia (construido prácticamente sobre el mar) o de deleitarnos con las Islas Cíes mientras pedaleamos hasta entrar en Baiona.
Lo peor de toda la ruta, es el paso por Vigo. El paso por la ciudad es bastante caótico y te sientes fuera de lugar. Una pena que el Alcalde no ahorre unos pocos euros de las maravillosas luces de Navidad para poner algunas señales que eviten esa sensación de estar perdido. Además, este día el calor fue sofocante. Al llegar a Vigo llevas ya 57 km; nosotros teníamos que dormir en Pontevedra (otros 37 km), que para evitar llegar de noche decidimos completar por la carretera. Al final, llegamos a las nueve menos cinco de la noche con casi 100 km en las piernas y en el culo pero con un premio que nos esperaba: el espectacular pulpo y la tortilla de restaurante “Casa Fidel”.

DE LA VIRGEN PEREGRINA AL OBRADOIRO
Antes de empezar nuestra última etapa, fuimos a visitar la Iglesia Barroca de la Virgen Peregrina (con forma de concha) y visitamos el mercado dónde compramos pan maíz para reforzar el desayuno. Esta etapa es puramente gallega: rompepiernas, callejeando por pequeñas aldeas, verde, el paso por los viñedos emparrados, el frescor de bosques de helechos y musgo. Especialmente atractivo es el paso por la Carballeira do Francos, un robledal del que parece que va a salir Robin Hood en cualquier momento. También pasas por poblaciones que merecen una parada para visitarlas como Caldas de Rei o Padrón (con la casa museo de Rosalío de Castro o la sencilla tumba de Camilo José Cela bajo un olivo junto a la antigua catedral de Iria Flavia).
Eso sí, cuesta horrores ver las torres catedralicias que te indican que ya están a punto de completar tu peregrinaje. Los últimos 20 km son realmente duros, en los que hay tramos en los que directamente te tienes que desmontar por el desnivel y la dificultad técnica del sendero. Sudando la gota gorda coronamos el Monte Agro dos Monteiros, el llamado Monte del Gozo del Camino Portugués. Una vez allí, te queda apenas 7 km para alcanzar el Parque de la Alameda y por el casco histórico alcanzar por la famosa rúa do Franco la Plaza del Obradoiro.
