Del mismo barrio del Lucero de toda la vida, Raúl es el tercero de 6 hermanos. Sus padres -de un pueblo de Cáceres ella y de otro de Huelva él- emigraron a Madrid en los años 60. Aparte de heredar la tradición taxista de su padre, Raúl heredó la habilidad costurera de su madre.
Conoce tan bien las calles de Madrid como los senderos de la sierra madrileña y urde muy bien los hilos para telares aventureros. Solo coge la bici de vez en cuando, pero se marcó el desafío de pedalear Atlántico y Mediterráneo de la península en 45 días con la motivación extra de recopilar fondos para la ONG Valponasca, de la cual es socio. “Simplemente Raúl", así bautizó un blog en el que relataría el día a día de su reto, animando a sus seguidores a hacer donaciones a la ONG, conforme él iba sumando kilómetros.
Raúl aparcó su taxi y subió su vieja bicicleta de montaña a un autobús rumbo a Irún. En la desembocadura del Bidasoa empezó a pedalear la península en el sentido contrario a las agujas del reloj.
Otro gran amigo y compañero viajero nuestro, Alfonso Berzal, le hizo de escudero desde Laredo hasta Muxía (cerca de Finisterre), adonde llegué yo para darle el relevo con una bicicleta prestada (¡gracias Vanesa!); estaba adquiriendo mi nueva montura y en la tienda me dijeron que tardaría unos días en llegar. Tenía en realidad mil cosas pendientes (¿quién no las tiene?), pero me fui.
Nos habíamos planteado un lema: “100 km y 30 euros por barba de media diaria". Sabíamos cada mañana cuál era el punto de partida, pero no el punto exacto de llegada. De Muxía a la raya hispano-portuguesa llegamos en cuatro días, el último de ellos desde Pontevedra a La Guardia.
Un acogedor hospitalero salió a recibirnos a la puerta del albergue municipal del lugar. La carretera de la costa a partir de Baiona había sido una comunión total con la fuerza del Atlántico y la lluvia, que cayó incesante, hizo más intensa esa comunión.
Después de pedalear por las rías gallegas, al día siguiente empezaba la costa de Portugal. En este artículo cuento pinceladas de un fragmento de una inolvidable Vuelta a la Península Ibérica en bicicleta: las etapas en las que recorrimos la parte desde el Miño hasta el Guadiana.
A GUARDA-VILA DO CONDE
Lo primero que encontramos fue una ciclovía junto a las extensas playas del Norte portugués. Más adelante, cogimos carretera nacional durante un buen trecho y contemplamos cómo los coches tranquilamente aparcaban para comprar frutas en puestos ambulantes en los arcenes.
Nos pareció por un momento estar en la España de los 80 y nos encantó esa secuencia de la carretera vista desde la bicicleta. Desde media tarde olía a sardinas asadas por todas partes, pero a nosotros nos aguardó un menú de peregrino, viendo la final de “la Champions" en un bar de Vila do Conde, una ciudad del distrito de Oporto.
VILA DO CONDE-GAFANHA DE NAZARÉ
Ese día no tardamos en alcanzar la desembocadura de uno de los grandes ríos de España y Portugal. Echamos las bicis a una barca, saludamos desde el nivel del Duero al magnífico arco de su último puente y dijimos “¡hasta la vista Oporto!" Fue éste un día en que Raúl y yo viajamos a distintos ritmos. Él se fue por delante y yo me entretuve más de la cuenta, lo cual casi me da un disgusto.
Tenía que llegar a coger el mismo ferry que ya había cogido mi amigo en el embarcadero, situado junto a la reserva natural de las Dunas de São Jacinto. Por poco pierdo el último barco del día y, junto a la base militar de São Jacinto, poco halagüeñas se presentaban las opciones para pernoctar. Hice una contrarreloj tremenda cuando me percaté del riesgo y salvé la situación por dos minutos.
Mientras pedaleaba todo lo rápido que podía por el brazo de tierra externo a la ría, sí que vi algunas embarcaciones con cierto parentesco con las góndolas venecianas, pero aquellas flotaban solitarias en un paisaje desolado. “Tiene que haber de todo en la Vuelta a la Ibérica", dijo Raúl cuando llegué a la pensión que había encontrado en una “freguesia" llamada Gafanha de Nazaré, donde encontramos descanso.
GAFANHA DE NAZARÉ-FIGUEIRA DA FOZ
¡Cuanta gente yendo a hacer la compra en bicicleta! Nos encantó ese detalle. Los primeros kilómetros fueron por una carretera comarcal custodiada por casas con fachadas cubiertas de azulejo.
Me agradó mucho pedalear por allí, pues me gusta que los sitios mantengan su toque diferencial en medio de tanto afán globalizador. Estaba yo encantado con las escenas cotidianas que veíamos en los pueblecitos por los que pasábamos y me paraba, de vez en cuando, a hablar con lugareños... Un encanto de señora, que hacía los recados matutinos con su bicicleta matriculada desde antaño, estaba entusiasmada ante la posibilidad de ser fotografiada para salir en una revista española.
Al volver a ver el mar, nos detuvimos ante el monumento del pescador (en la Playa de Mira) y una pequeña capilla “albiazul" ambientada también con esencia de pescadores. Fue una pausa simbólica, pues después durante un buen puñado de kilómetros perderíamos de vista el mar para adentrarnos en la Estrada Forestal número 1, una larguísima carretera solitaria, plana y recta, llena de baches y en medio de un bosque tristemente quemado.
Fue un alivio la sensación de vuelta a la vida cuando llegamos a una zona donde el bosque no se había quemado. Al encontrar el primer pueblo tras un buen trecho, pedimos agua en una casa. Luego cogimos un camino de tierra que nos llevó a un acantilado. En el bosque habíamos ido siempre paralelos al mar, pero ni siquiera oíamos las olas; ahora volvíamos a escucharlas con fuerza mientras subíamos al Monumento Natural del Cabo Mondego.
Lo siguiente, un divertido descenso hasta Figueira da Foz con sus hoteles de veraneo y su amplia playa. Casi todo allí estaba vestido de rayas, como la capilla de la Playa de Mira, como las tradicionales casetas de los pescadores, como el hostel donde hicimos noche.
FIGUEIRA DA FOZ-SÃO MARTINHO DO PORTO
La “Ruta del Atlántico" nos dio muchos kilómetros de carril bici ese día, tras los cuales nos aguardaba el premio del mirador junto al Santuario de Nazaré, ese balcón espectacular que mira hacia la Playa de Nazaré.
Allí merendamos, luego descendimos hacia el nivel del mar y, más adelante, ascendimos por una carretera que nos dio de nuevo formidables vistas de la costa. Estábamos cerca del segundo gran premio del día, la sorpresa de pueblo que el camino decidió que fuese donde íbamos a dormir y todo lo que nos aconteció en él. São Martinho do Porto apareció en una bahía cautivadora.
No había mucha alternativa barata para dormir y alguien nos dijo que fuésemos a una pensión que estaba en un alto. Llegamos allí y no había nadie. En la puerta había un número de teléfono. Llamamos y conseguí apañarme falando português.
La dueña me dijo: “Hasta mañana temprano no puedo ir a la casa, sigue mis instrucciones", y eso hice. “Gira la manilla de la puerta que da al jardín, hay una llave en tal sitio, vete hasta el fondo y abre la puerta; verás una habitación con dos camas y un pequeño baño, cuesta “tanto", si os gusta ya mañana me pagáis." Pensé: “no me lo puedo creer". ¡Aunque solo fuese por la confianza que nos daba ya había que decir que sí y además la habitación era perfecta para nosotros! Sí, aún suceden cosas así en los tiempos que corren, al menos en algunos rincones de la Península Ibérica.
SÃO MARTINHO DO PORTO-SANTA CRUZ
La ruta empezaba a oler a sur. Llegados a las playas del entorno de la punta de Peniche, nos detuvimos a observar el importante movimiento de las escuelas de surf.
El cansancio se notaba en las piernas. Raúl cumplía veinte días de pedaleo y, si mis energías daban síntomas de flaqueza, puedo imaginar las de él. Llegamos a una parroquia unos kilómetros hacia el interior y sentíamos flojera.
Al día siguiente queríamos llegar a la capital del país y sabíamos que en el municipio de Torres Vedras, cerquita de la Playa de Santa Cruz (muy de cuento de hadas y príncipes con su torre presidiendo la bahía) había una Pousada de Juventude, un tipo de hospedaje que queríamos probar. La experiencia fue fenomenal. Ducha, cama y desayuno a un precio que respetaba nuestro presupuesto medio fijado para cada día.
SANTA CRUZ-ALMADA
Nos esperaba una preciosa etapa en dirección a Lisboa. Las arterias que nos llevaron por el interior del Parque Natural de Sintra-Cascais fueron una gozada. Vivimos un día de gran disfrute para la bicicleta, no solo por la rica vegetación que nos rodeaba, sino también por las subidas y bajadas con las que nos encontramos y por las sugerentes playas a las que llegamos.
Había mucha gente disfrutando del buen día de cielo azul que por fin salió. Por la N247 pasamos junto a Cabo de Roca, el punto más al Oeste de la península. Quizá, por desconocida y salvaje, impresionó más a los romanos la gallega Costa da Morte y por eso llamaron Finis Terrae a uno de sus salientes, pero el cabo más occidental del continente está próximo a una ciudad tanto o más antigua que la propia Roma, allá donde vierte sus aguas el más largo de los ríos de España y Portugal.
La sensación de llegar a Lisboa en bicicleta es muy satisfactoria. Un carril bici por la orilla del Tajo lleva desde la Torre de Belém hasta debajo del Puente 25 de Abril, que es un hito en todo viaje que se precie por la costa atlántica de Portugal.
ALMADA-SINES
Nos llegaron refuerzos amigos desde Madrid. Ana y Guille vinieron a vernos y trajeron mi flamante nueva bicicleta (la que no me dio tiempo a tener lista cuando partí). En Almada cambié bici de montaña por “gravel".
El inicio de esta etapa supuso un poco de trajín en zona urbana, hasta que llegamos al Parque Natural de la Arrábida para subir al ferry de Setúbal a Tróia. Apeados del barco, pedaleamos por la compuerta natural del Estuario del Sado. Estábamos ya en el Alentejo y se sentía en sus gentes el carácter meridional.
Esa noche encontramos una habitación para los cuatro en una casa tradicional de Sines, ciudad natal de Vasco de Gama. Alentejano puro fue nuestro hospedaje como lo fue también la cena, con feijoada y buen vino servido en jarra, en una tasca rebosante de autenticidad. Cada día nos llevamos pedacitos humanos y culturales de los lugares por los que pasamos; breves, pero vividos a fondo.
SINES-ALJEZUR
El primer pedaleo del día nos proporcionó carretera costera de Atlántico salvaje, sin edificaciones. Así da gusto empezar la mañana, sintiendo la bruma del mar y llegando a playas en espacios libres de artificiosidad.
El Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina nos hizo disfrutar de lo lindo. De Ana y Guille nos despedimos en la Playa de Zambujeira do Mar. Se volvían a Madrid y nos devolvieron las alforjas a la puerta del Algarve. La villa de Aljezur era el destino marcado en la hoja de ruta para final de etapa.
Estábamos llegando al “Occidente de Al-Andalus" y aquel era otro Portugal bien distinto del que encontramos al atravesar el Miño. Las playas surgían entre acantilados, a diferencia de las largas extensiones de arena que se abrían a nuestro pedaleo en el Atlántico Norte. Vimos muchos mochileros en Aljezur.
Nuestras alforjas no llamaban la atención tanto aquí, pues esa ciudad de casas blancas es punto neurálgico de de la Ruta Vicentina, que recorre Algarve y Alentejo junto al Atlántico con punto de inicio o fin en el Cabo de San Vicente. Precisamente a esa esquina de Portugal queríamos llegar nosotros al día siguiente, cuando volviese a salir el sol que esa tarde vimos esconderse tras la colina del castillo de Aljezur.
ALJEZUR-LAGOS
La ruta nos llevó a pedalear por un sinuoso camino de monte en dirección a las playas. Veíamos un Algarve alejado de los complejos hoteleros con zonas muy tranquilas y visiones de escenas de familias entregadas al cultivo de la tierra a base de mula y arado. Llegamos después a un lugar donde el mundo del surf ha plantado su bandera. Las caravanas y furgonetas forman un poblado con vida propia en las inmediaciones de la Playa del Amado.
Raúl estaba feliz porque norte y oeste de la península estaban completados en su reto y yo estaba encantado de acompañarle en ello. Ese día cometimos la imprudencia de no habernos alimentado bien y el Golfo de Cádiz nos recibió con un viento de este que nos puso contra las cuerdas. Llegamos a Lagos a trancas y barrancas.
Una Pousada da Juventude nos dio cobijo en la zona céntrica de la ciudad. Reímos mucho esa noche, viéndonos a nosotros mismos como una parodia de currantes de sol a sol, que tienen su momento del día a la hora de la cena y luego se van a la cama a descansar hasta el toque de diana. Aunque se notaba que Lagos se preparaba para una noche de fiesta, nosotros no tuvimos más fiesta que la de caer rendidos nada más tocar el colchón de la litera.
LAGOS-TAVIRA y rumbo a España
En el décimo día en tierras lusas sentimos esas zonas donde el turismo ha hecho gran explotación. Aparte de llegar a los entornos de Portimao o Faro, nos arrimamos a playas estupendas. Concretamente, en un camino junto a la de Los Salgados, un inglés me ofreció unos prismáticos para observar la riqueza de aves de una laguna; sorpresas de la trastienda que da viajar en bici.
A la romántica ciudad de Tavira llegamos al anochecer y resultó complicado encontrar dónde dormir. Por fortuna, encontramos una habitación diminuta con una ducha en un patio; ¡una suite en aquel momento! Salimos a buscar donde cenar. Un violinista hilvanaba notas al borde del puente romano y a través de una ventana junto a la pensión se escuchaban fados. Era nuestra noche de despedida de Portugal.
Raúl se fue a la “suite" a escribir las divertidas entradas de su blog y yo me quedé escuchando fados a la luz de un farol. Al día siguiente, Andalucía. En el muelle de Vila Real de Santo Antonio brindamos por nuestra conquistada costa de Portugal y zarpamos hacia Ayamonte. Acabamos un capítulo, pero la Vuelta a la Península Ibérica en bicicleta continuará en el futuro.