El 4 de septiembre me caen los cincuenta y una de las cosas que quería hacer antes del cambio de decena era subir el Tourmalet. Hace ya 25 años con mi hermano Antonio Alix, “Parrita”, Carlos Ramírez y un grupito de locos del triatlón, estuvimos subiendo los grandes puertos de los Alpes: el Galibier, Alpe D´huez, el Izoard, etc.
Los colosos de los Pirineos me habían quedado pendiente y qué mejor que con la excusa del 50 cumpleaños para atacar sus rampas. Ha pasado tanto tiempo que quién me acompañaba esta vez era ya mi hijo Javier que a sus 17 años parece que conserva la pasión por el ciclismo que viene en la sangre de la familia.
Con los buenos consejos para diseñar de Sergio Palomar, Joaquín Calderón y Pablo Bueno, de la redacción de Ciclismo a fondo, salimos para Luz Saint Sauveur que iba a ser nuestro cuartel general en la corta escapada a los Pirineos franceses. Es un pequeño pueblo que está justo al pie del Tourmalet. En el pueblo nos encontramos con un ambiente totalmente ciclista. Cientos de personas llegan de todo el mundo (sobre todo vimos ingleses, pero incluso un australiano de Sidney nos encontramos) para vivir en sus piernas las montañas que han escrito algunas de las mejores páginas de la historia del Tour de Francia.
Tras una cena en la pizzería Chez Coulet (espectacular su pizza de la casa con queso de cabra y miel) nos fuimos pronto a dormir ya que el pronóstico del tiempo no nos era muy favorable. Daban lluvia y las posibilidades aumentaban según avanzara el día por lo que nos a las 8 y 15 ya estábamos en la bici y en la primera rampa del Tourmalet (el Km 0 de la subida está en la misma plaza de Luz). Por esta cara el puerto tiene 18 km con un desnivel medio del 7’4% hasta llegar a los 2.115 metros de su cima. Como nuestro entrenamiento era escaso (sólo habíamos sido un puerto en todo el año, el de Navacerrada) iniciamos la subida con la humildad que merece este coloso del Tour. Ya casi desde abajo metimos todo el desarrollo que teníamos (yo iba con triple plato y Javi en su Canyon llevaba Compact con un un piñón de 32 dientes). La subida se va poniendo más pendiente a partir de que pasas Baréges dónde ya te encuentras un km al 9%. Mediada la subida, justo antes de llegar a la estación de esquí, tiene la opción coger el “enlace Fignon”. Le han dado el nombre del malogrado ganador del Tour de 1984 y 1985, que falleciera de víctima de un cáncer, a la carretera antigua que se puede tomar desde aquí y que te deja ya a cinco km de la cima. Nosotros tomamos el enlace y fue un acierto en mi opinión, incluso más allá de saborear el verdadero aroma del Tour y leer en el suelo los antiguos mensajes de ánimo a los ciclistas, ya que todo ese tramo vas sin coches (de bajada ya no es tan buena idea ya que el firme no está en el mejor estado y hay bastante cagadas de las vacas que por allí habitan).
Ya a cuatro km de cima nos encontramos con la niebla que no nos permitió ver el paisaje de la parte final. El último km es el más duro, al 10%, pero repletemos de moral coronamos y nos pusimos rápido a hacernos las fotos de rigor en el monumento del Tour y es que arriba hacían tan sólo 4 grados y estábamos en pleno agosto. Leíamos la placa que recuerda a Octave Lapize, el primer ciclista que lo coronó en 1910 y aproveché para recordarle a Javi la historia de cómo se decidió incluir el Tourmalet en la ruta del Tour. Fue la primera gran subida que se incluyó en la ronda gala. El creador del Tour, Henri Desgrange, mandó a uno de sus ayudantes a ver si era posible incluir el Tourmalet, una subida en los Pirineos de la que le habían hablado. El coche del ojeador se rompió a 4 km de la cima, pero éste continuó a pie y bajó hasta Baréges desde donde envió un telegrama a Desgrange que decía: “Subida en perfectas condiciones”. De aquella mentira nació el mito del Tourmalet que viene a significar: “camino de mal retorno”.
Nosotros teníamos previsto bajar por la otra cara hasta Campan y volver a subirlo pero visto el mal tiempo cambiamos los planes y bajamos por dónde subimos para completar el día subiendo a la estación invernal de Luz Ardiden (son 13 km y el ascenso comienza justo en Luz). En total hicimos poco más de 60 km pero con casi 3.000 metros de desnivel por lo que nos premiamos con una visita por la tarde al balneario de Luzea que fue el origen del pueblo y que vivió sus tiempos de máximo esplendor en tiempos de Napoleón III ya que su mujer recurrió a sus aguas para la cura de sus enfermedades.
Para la segunda jornada teníamos cita con el otro puerto legendario de los Pirineos, el Aubisque (también se subió por primera vez en 1910). Por consejo de Sergio Palomar, nos fuimos en coche hasta Argelès-Gazost para evitar 15 km por una carretera con mucho tráfico y poco arcén, y desde allí salimos. En lugar de subir directamente por el Aubisque por la carretera general por la que suben muchos coches, nos fuimos por el Col de Spandelles para una vez bajado subir al Col de Soulor (otro puerto histórico del Tour de 12 km) y desde su cima enlazar con los últimos 7 km del Aubisque (que son ya muy llevaderos, de hecho los tres primeros prácticamente llanos).
La dureza del día no vino tanto de las cuestas como del cielo. Terminando de subir los 15 km (al 6%) del Col de Spandelles se puso a llover. Es un puerto de carretera muy estrecha (ventaja: vimos sólo tres coches en las dos horas que estuvimos entre la subida y la bajada) y eso, unido a que bajaba un río de agua por el asfalto y al frío que nos hacía tiritar pese a que llevábamos guantes de invierno y chubasquero, convirtió la bajada en una prueba de resistencia. Una vez abajo llegamos de ir a un bar para entrar en calor pero en Ferrieres, el único pueblo que hay antes de iniciar la subida al Soulor, no había ni bar, ni una tienda, ni nada abierto. Asi que de tirón a por el segundo puerto con el impermeable puesto ya que llovía intermitentemente pero ya de forma ligera. La gran suerte fue que en la parte final el cielo se abrió y nos dejó contemplar un paisaje espectacular. Subido el Soulor (12 km al 7’5% de desnivel medio), dudamos en tomar algo en el restaurante de la cima, pero preferimos ir directos a por el Aubisque ahora que íbamos calientes y parar a la vuelta. La parte final el Aubisque te lleva literalmente pegado a la montaña, atravesando dos túneles espectaculares. Sin duda, de los mejores recuerdos de este viaje cicloturista. En la cima fotos de recuerdo con las bicis que recuerdan a los maillots de líderes del Tour y de vuelta por dónde hemos venido (bajar por la otra cara te lleva a hacer una etapa muy larga).
Ahora sí paramos en el Soulor dónde nos tomamos unos poco ciclistas pero muy confortantes huevos con jamón antes de iniciar la bajada de 25 km hasta Argelès dónde estaba nuestro coche. En total, 80 km y para variar la cota diaria de los casi 3.000 metros de desnivel. Una buena cena a horario francés (siete y media sentados) en L’Antre Pote (un restaurante que encontramos con buena carne y raclettes a precios razonables) y a las 11 ya “en el sobre”
DE DESPEDIDA, LA OTRA CARA DEL TOURMALET
Para la jornada final teníamos previsto ir a Gedre en coche (apenas 15 minutos desde Luz) para desde allí hacer una doble subida: ir al precioso pueblo de Gavernie (impresionante la cascada) y subir el Col de Tente y luego volver hacia atrás para subir al de Troumouse. No nos queríamos ir sin subir el Tourmalet por la otra cara (además por fin teníamos un día de sol y queríamos ver el gigante de los Pirineos en su esplendor) por lo que cambiamos los planes iniciales.
Fuimos a Gedre y desde allí ya en bici a Gavarnie (son 10 km de subida muy fácil) dónde se inicia el Col de Tente, no muy conocido por los amantes del ciclismo pero que ofrece una vistas del circo en su cima que alucinas. La subida es bastante dura (son 12 km) en los que apenas hay tráfico y vas viendo todo tipo de animales, desde vacas o cabras que vas esquivando por la carretera a marmotas o cerdos salvajes.
Rápido descenso a Gedre, bicis al coche de nuevo y conducimos hasta 1 km de la cima del Tourmalet. Coronamos y bajamos hasta Sta. Marie de Campan. Dimos la vuelta justo en el momento que recuerda una de las más grandes hazañas de la historia del Tour de Francia. En 1913 Eugene Christophe coronó en cabeza el Tourmalet pero en la bajada se le rompió la horquilla de la bici. Bajó corriendo 10 km hasta una forja dónde siguiendo las estrictas reglas de entonces en la ronda gala él mismo la soldó. Con la horquilla todavía incandescente volvió a subirse a la bici para acabar ganando la etapa, que tenía más de 300 km, y ganar el Tour. Delante de la forja que dónde hizo la reparación hay un monumento que le recuerda con la horquilla en su mano en alto con una inscripción con la frase que dijo cuando le preguntaron en meta: “On n’abandonne jamais un travail que l’on a comencé” (“Nunca se abandona un trabajo que se ha comenzado”).
Tras hacernos la foto con Christophe y rellenar de agua los bidones comenzamos la subida al Tourmalet. Aunque un par de kilómetros más corto, nos pareció bastante más exigente por esta cara, sobre todo porque desde que te quedan 10 km ya no hay descanso. Todos los km son como mínimo al 8% y tienes zonas como el paso por la estación de esquí de La Mongie, ya a 4 km de coronar, con unas rampas demoledoras.
En la cima foto de despedida junto al cartel del Tourmalet y de vuelta a casa con las piernas ya satisfechas de kilómetros de historia del Tour de Francia.