Al recopilar la infinidad de datos que están surgiendo como consecuencia de la pandemia del COVID-19, ha llamado la atención la baja incidencia que ha tenido la enfermedad entre los niños y pre-adolescentes. No han tardado mucho en saltar las alarmas entre los investigadores, porque si esto sucediera a consecuencia de algún factor biológico concreto podría ser relevante para conocer nuevas formas de combatir la propagación de la enfermedad. Pero las investigaciones no han sido concluyentes y no se puede valorar, de manera definitiva, cuál es el factor que otorga estos beneficios a nuestros jóvenes, aunque podrían ser una suma de estas características las que les mantuvieran más protegidos.
Un proceso global
El COVID-19 ha demostrado que tiene capacidad para infectar, de igual manera, a personas de cualquier rango de edad, sin embargo el desarrollo de la enfermedad no parece afectar a los más jóvenes de la misma manera: más de un 90% de los casos detectados (New England Journal of Medicine) entre los menos de edad son moderados, leves o asintomáticos.
En las anteriores pandemias de los virus SARS y MERS se observó un cuadro virológico parecido, ya que ambas patologías respiratorias no afectaban de gravedad a la población de menor edad.
Causas concurrentes
Cuando un cuerpo humano se infecta por un virus, los patógenos malignos son atacados por nuestro sistema inmunológico: la secuencia de neutralización entre células buenas y malas debe tener un cierto equilibrio, porque nuestro propio sistema inmune puede generar un exceso de respuesta y eso también causa efectos nocivos. Y si una reacción inmunitaria es demasiado contundente puede causar más daños que los propios agentes patógenos.
Una explicación por la que los adultos padezcan con mayor rigor que los niños la infección del COVID-19 es porque su aparato inmune no discrimina entre una respuesta insuficiente y una excesiva; algo que un sistema inmune de un joven, perfectamente formado y equilibrado sí hace. Las personas de mayor edad, que hasta la fecha representan el porcentaje más alto de los fallecimientos por COVID-19, podrían encontrarse en peores condiciones porque su sistema inmunitario ha empezado a decaer e identifica de manera errónea la naturaleza del virus que ha causado la infección (Gary Wing Kin Wong, neumólogo de la Universidad China de Hong Kong) y actúa dando una exagerada respuesta.
Cuando una reacción inmunitaria es demasiado contundente puede causar más daños que los propios agentes patógenos.
Al llegar a la adolescencia el sistema inmunitario de los más jóvenes alcanza un estado perfecto, siendo muy resistente a la hora de contener cualquier infección y dispone de un ponderado equilibrio lo bastante resistente como para contener una infección sin necesidad de responder de forma desmedida. Se ha detectado que gran cantidad de casos graves en adultos están originados por respuestas inmunitarias hiperactivas que, al no discriminar, destruyen células sanas junto a las infectadas, algo que no sucede a los jóvenes.
Beneficios infantiles
Como consecuencia de anteriores estudios (Kanta Subbarao, viróloga Instituto Peter Doherty) llevados a cabo tras las pandemias de los precedentes virus SARS y el MERS (dos de los siete coronavirus detectados hasta el momento) al haber sufrido una exposición continuada a otros coronavirus de poca intensidad (catarros, gripes comunes…) en los entornos escolares, los jóvenes podrían haber desarrollado anticuerpos muy versátiles que neutralizarían el desarrollo de algunas enfermedades respiratorias graves.
Adultos y proteína
Tras un meticuloso estudio llevado a cabo por Rachel Graham, (viróloga en la Universidad de Carolina del Norte) se ha determinado que el COVID-19 impulsa el proceso infeccioso pegándose a la proteína ECA2 (Enzima Convertidora de Angiotensina). Este prótido se encuentra de manera especial en las superficies de los pulmones y el intestino delgado.
Las células pulmonares de los niños podrían fabricar menos proteínas ECA2, por lo que resultarían menos expuestos a la infección del virus y, como consecuencia, a la destrucción de estos tejidos.
Niños y sociedad
Es de suma importancia que una sociedad disponga de mecanismos precoces para detectar los casos de “infectados fantasmas", o lo que es lo mismo: a los individuos que son portadores del COVID-19 y no desarrollan ningún tipo de patología o si lo hacen es con un cuadro muy leve y, sobre todo, confuso. Los más jóvenes pasan gran parte del día en concentraciones masivas (colegios, institutos, gimnasios…) y, en muchas sociedades, son cuidados por sus abuelos: los principales perjudicados por los infectados asintomáticos.
Recordemos que, cuando en España se dicto el cierre de centros escolares y universidades, una gran parte de niños terminaron en la casa de sus abuelos ante la imposibilidad de la supervisión de sus padres que todavía estaban trabajando. Es como echarle un chorro de gasolina a una hoguera.