En los primeros 90 minutos nuestra musculatura utiliza glucógeno, la forma en que queda guardada la glucosa en la sangre. Una vez se acaban las provisiones de glucógeno (aproximadamente a los 90 minutos de ejercicio), el deportista debe empezar a utilizar las grasas como energía o tomar carbohidratos para sobrellevar la intensidad... aunque la mayoría somos incapaces en ese punto de tomar los suficientes carbohidratos para compensar el déficit de glucógeno.
Entrenando la resistencia regularmente, nuestro organismo ‘aprende’ a consumir ahorrativamente el glucógeno. Por eso las provisiones de carbohidratos le duran mucho más al entrenado que al desentrenado. Las últimas investigaciones científicas muestran que una dieta con menos carbohidratos refuerza este efecto porque obliga al cuerpo a sacar antes su energía de las reservas de grasa.
Se estimulan las enzimas responsables de eliminar grasas, aumenta la capacidad de asimilar oxígeno y se guarda más grasa en las células musculares, que queda disponible en caso de sobreesfuerzo. Además, las mismas células musculares, al faltarles los carbohidratos, forman más transportadores de glucosa, y son capaces de traerla más rápidamente de la sangre. En definitiva, las dietas ricas en hidratos de carbono sólo son efectivas para mejorar el rendimiento, en pruebas de más de dos horas y si siguen a una fase de dieta pobre en carbohidratos: la “comida de la pasta" no es recomendable si haces deporte por salud pero al menos sobrevivirá como una parte ya clásica dentro de un maratón. Ah, y con dos comidas ricas en hidratos antes de la competición es suficiente.