El Tourmalet ha visto alguna de las mejores páginas de la historia del ciclismo. De hecho, justo donde comienza por la cara de la estación de La Mongie, a la salida de Sainte Marie-de-Champan, hay una estatua que rinde homenaje a uno de los pioneros, a Eugene Christophe, el hombre que por primera vez en la historia vistió el maillot amarillo. Era el año 1913, una de estas interminables etapas de la época, Bayona-Luchon, de 326 kilómetros, con la subida al Tourmalet, al que se había ascendido por primera vez hacía tres años.
Christophe era líder virtual de la carrera y en la bajada por aquellas carreteras llenas de piedras rompió la horquilla de su bici. Caminó hasta el pueblo 10 km y una vez allí entró en una forja, y siguiendo el estricto reglamento de entonces, él mismo con sus manos soldó su horquilla para seguir camino. No ganó aquel Tour ni ningún otro. Pero su coraje y espíritu deportivo quedaron reflejados para siempre en su estatua que le recuerda con la horquilla en la mano y que se levantó frente a donde estaba la fragua. "Nunca se deja algo que se ha comenzado", dice en la base de su monumento recordando las palabras del ciclista cuando reparó la horquilla y continuó la etapa que había comenzado a las tres de la mañana.
El Tourmalet ha visto hazañas como las de Christophe pero este gigante de los Pirineos nunca había visto a nadie que se planteará subir sus tremendas rampas montando en un fitball con dos asas en la parte superior. Y seguro que sus profundos valles se preguntaron quién era ese osado que quería llegar a su cima, hasta sus 2115 metros, montado en una pelota hinchable.
Pues era un triatleta belga de 29 años llamado Valentin Glenn, que se lanzó a subir los 18,6 km en un fitball por un fin solidario. Después de once horas dando botes cuesta arriba y de dos pinchazos cumplía su objetivo de llegar hasta la cima del puerto. Ni la lluvia que apareció en los últimos kilómetros le echó para atrás al deportista belga. El otro objetivo, el de dar visiblidad y recaudar dinero para Les Petits Princes, una organización con sede en París que cumple los deseos de los niños críticamente enfermos, está cumplido más que de sobra ya que se ha hablado en todo el mundo de la locura de Valentin en los Pirineos.
"Tenía un dolor enorme en los glúteos y los isquiotibiales, y también me dolía el cuello, las muñecas y el codo. Pero la forma en que me sentí cuando llegué a la cima hizo que valiera la pena. Estoy muy contento de haberlo hecho", decía Valentín que nunca ganará una etapa en el Tour de Francia pero su nombre ha quedado unido para siempre al Tourmalet.
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