Hace unos días, en conversación con mi editor de Sport Life, Juanma Montero, cometí la temeridad de referirme a los próximos Juegos de París como Olimpiada. Poco tardó éste en reprender mi error para recordar que en una publicación experta en deportes no se pueden utilizar términos a la ligera. Menos aún si se trata de olimpismo. Como deportista que soy (además de articulista) conocía bien el dilema al que me enfrentaba. Hacer caso al entrenador o creerme invencible en el campo de juego. La elección estaba clara. Siempre se escucha al coach. Y aquí me tenéis, purgando mi falta con estas líneas que recuerdan la diferencia entre Olimpiada y Juegos Olímpicos. Aunque el diccionario de la Real Academia define el sustantivo olimpiada, en singular y plural, como la competición deportiva mundial que se celebra cada cuatro años en lugar previamente determinado, la acepción histórica no es exactamente esa. Tal y como apuntaba el mister, Olimpiada hace referencia al periodo que transcurre entre cada edición de los Juegos Olímpicos.
Acudiendo a su sentido originario, la Olimpiada se trataba de una unidad de tiempo usada en la antigua Grecia desde los primeros Juegos en el año 776 a. C. La primera de las Olimpiadas se extendió hasta el 771 a.C. En la modernidad, el periodo es de cuatro años, desde el 1 de enero del año de los Juegos Olímpicos hasta el 31 de diciembre del año anterior a la siguiente edición, según la Carta Olímpica. Y así vienen siendo hasta la XXXIII que está a punto de concluir.
Los Juegos Olímpicos, en cambio, son las competiciones propiamente dichas, donde se reparten las medallas, y comprenderán 17 días entre la ceremonia de apertura con la llegada de la llama y la ceremonia de clausura.
Así las cosas, como buenos puristas del deporte, preparémonos para los Juegos Olímpicos que darán comienzo este mes de julio. Serán sin duda apasionantes.
Y como seguro querría el barón de Coubertin, sean comprensivos con quienes utilicen el término Olimpiada. Deportividad, ante todo.