Claro está que la noticia del mes en lo deportivo habrá sido el décimo título de Nadal en Roland Garros o la nueva Champions ganada por el Real Madrid, pero a mí la que más me ha hecho pensar es la destitución de un entrenador de un equipo alevín en Valencia tras ganar (he dicho ganar y no perder) por 25 a 0. Se supone que no había hecho lo suficiente para frenar los ataques de su equipo para evitar un resultado tan demoledor (él lo negaba, diciendo que había pedido a sus jugadores que dejaran de presionar arriba).
A resultas de la noticia, han salido muchas situaciones que ya se están dando para evitar humillaciones de este tipo, como que en el Athletic de Bilbao no se dan a conocer públicamente los goleadores o que en Barcelona, pase lo que pase en el campo, nunca va más allá del 10 a 0.
Pero si bien está claro que el respeto al rival en cualquier situación es un valor que debemos inculcar, también hay quién se pregunta (y yo uno de ellos) si no es otra forma de humillación el no luchar hasta el último balón (hay equipos que cuando se da una de estas situaciones cambian su forma de juego obligando a un número mínimo de pases antes de tirar a gol). Convertir un partido en una especie de entrenamiento también podría ser interpretado como una falta de respeto.
No es fácil el equilibrio y en esto también es un gran ejemplo Rafa Nadal. Un hombre que la pista no regala nada (en este Roland Garros ha dejado rivales cerca del 6-0-6-0-6-0) pero que en cuanto termina el partido es la humildad personificada. ¿Es ya el mejor deportista que hemos tenido nunca en España? Para mí sí, aunque Nadal, siempre con los pies en la tierra, diga que “soy consciente de que todo esto es pasajero y que dentro de unos años, que ya no están tan lejos, seré un ciudadano más”.
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