De continuar esta tendencia podríamos afirmar que, cuando por fin podamos volver a correr por nuestras calles y parque o a montar en bicicleta, disfrutaremos de una de las mejores condiciones atmosféricas imaginables.
Uno de los escasos efectos colaterales positivos del coronavirus ha sido la reducción de la contaminación ambiental en los territorios afectados, cuyo impacto se ha notado casi de forma automática en las grandes urbes. En el caso de España, ya en la semana siguiente a la declaración del Estado de Alarma nacional y la primera tanda de medidas de limitación del movimiento de los ciudadanos, la polución del aire de las ciudades por medio dióxido de nitrógeno (NO2) descendió en un 64% de media. Tal y como recoge una investigación del Centro de Tecnologías Físicas de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), donde más se redujo el NO2 de entre las urbes analizadas fue en Barcelona, con un 83% menos de este contaminante entre el 15 al 20 de marzo respecto al mismo periodo anterior.
También las áreas de montaña que sirven de pulmón cada fin de semana, de manera especial las cercanas a las grandes ciudades, han visto reducida la presión humana, por lo que la calidad del suelo y de las aguas mejorará de forma notable.
A ver si somos capaces de, cuando el mundo regrese a la realidad, racionalizar el uso de vehículos y bienes industriales para poder disfrutar de la mejor calidad del aire posible en el futuro. ¿Una utopía?