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Desde los primeros signos del brote de la pandemia del COVID-19 se intentó comparar al virus que la ha provocado con el de otras patologías respiratorias estacionales, como gripes y catarros que, al llegar la primavera y los primeros calores del verano, se diluían en la sociedad y no volvían a mostrar capacidad infecciosa de grupo hasta regresar los rigores del invierno. Con este paralelismo se esperaba que el SARS CoV2 diera una tyregua durante el verano, apuntando los primeros rebrotes para el otoño de 2020… pero no ha sido así.
Matices
En referencia a otras enfermedades respiratorias víricas, incluso algunos científicos pensaron que el coronavirus actual se comportaría de forma estacional. La estructura de este virus, envuelto en una capa lipídica, sería sensible al calor y, además, la eficiencia antiséptica de la radiación ultravioleta podría atenuarlo. Pero, como se está demostrando con la creciente evolución de los rebrotes, no está siendo así.
Su baja “infectividad" ha sido el mejor aliado de este virus y, al circular libremente entre la población (alta asintomatología), ha provocado una tasa de contagios inimaginable.
Respuesta confusa
La propagación de cualquier virus no entiende de climatología y solo podemos comprender el efecto social si nos basamos en las estadísticas. Al no existir protección comunitaria (la tan famosa “inmunidad de rebaño") cualquier individuo es factible de estar contagiado y servir de vector para la propagación del virus.
Y llegamos a la situación actual en la que observamos cómo se vuelven a desatar todas las alarmas por la cantidad diaria creciente de nuevos contagios pero, para el beneplácito de los más optimistas, las patologías son ahora menos graves, los ingresos hospitalarios mucho menores y las derivaciones a cuidados intensivos resultan mínimas.
Con este panorama podríamos pensar que, aunque el SARS CoV2 no ha desaparecido con el calor, sí se ha mostrado vulnerable a las altas temperaturas y ha perdido la capacidad de causar problemas graves de salud: ¡nada más lejos de la realidad!
De cara al presente
En la prestigiosa publicación The Lancet Medical han hecho un seguimiento de la evolución de la pandemia en la India, país en el que desde mediados de mayo las temperaturas han superado los 43 grados centígrados en varias ciudades muy pobladas. Han determinado que aunque en las calles se están produciendo pocos contagios, el confinamiento de las clases sociales más pudientes en viviendas equipadas con aire acondicionado han logrado mantener muchas cepas del coronavirus intactas.
Otro fenómeno que ha sucedido en España esta relacionado con la variabilidad entre la población contagiada: en ciudades como Madrid o Barcelona ha bajado la edad media de los nuevos contagiados de los 65 años que había en mayo, a los 35 años en la actualidad. Sin duda son los más jóvenes los que se están contagiando y transmitiendo el virus y, de nuevo, estos recientes afectados se han infectado mayoritariamente en espacios confinados (ocio nocturno, locales de restauración…) donde el aire recirculante contaminado es el vector principal de peligro.
Por añadidura esta rebaja en la edad arroja datos estadísticos que pueden llevar a la desorientación: en esa franja de edad existen muchas menos patologías previas, el sistema inmunológico actúa de manera más eficaz y el porcentaje de asintomáticos es muy alto.
Pero el coronavirus sigue ahí, causa los mismos cuadros respiratorios que hace unos meses en las personas con patologías asociadas (diabetes, hipertensión, obesidad, enfermedades coronarias…) y si se ha atenuado su respuesta es porque la carga viral es menor al realizar la mayoría de nuestras actividades sociales al exterior y porque una gran parte de la población sigue con rigor las medidas de prevención para evitar el contagio.
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