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Las célebres mascarillas que saltaron a la fama al principio de la pandemia por ser las que regalaba la Comunidad de Madrid, y que a algunos les parecían excesivas para la población general, ahora pueden formar parte del próximo protocolo a modificar para intentar frenar el contagio por aerosoles en espacios cerrados. Tanto es así que en algunos países, como es el caso de Austria, ya son obligatorias y otros, como Hungría o Alemania, ya lo tienen como objetivo para implementar en las próximas semanas.
La capacidad de filtración no lo es todo
Las mascarillas homologadas FFP2 disponen de una capacidad de filtración mínima del 92%, con un porcentaje de fuga hacia el interior máximo del 8%. Estas especificaciones son superiores a las que poseen las clásicas mascarillas quirúrgicas o las de tela, por lo que desde un principio han sido asociadas al uso para profesionales de la sanidad o personas que desempeñan actividades de riesgo.
Se emplean frente a aerosoles de baja o moderada toxicidad, pero tienen capacidad para retener las gotículas portadores del coronavirus. Deberían ser las utilizadas por personas contagiadas con cualquier microorganismo que se transmita por vía aérea y nos protegen tanto a nosotros como al resto de las personas (aunque no lleven mascarilla). Tienen el inconveniente de ser incómodas, retienen mucho aire de entrada y salida, producen sensación de agobio y no son aconsejables para realizar actividades físicas.
¿Tan seguras como parecen?
Sin duda son las mascarillas más seguras, pero sólo si se colocan correctamente, ciñéndolas al perfil de nuestra cara para evitar que entre o salga aire por los bordes y teniendo en cuenta que su vida útil está supeditada a la saturación de humedad en el cuerpo filtrante, aunque se elaboran con fibras de más calidad y pueden protegernos durante 6 o 7 horas.
El problema viene precisamente por la combinación entre una retención filtrante alta y un ajuste al perímetro de nuestra cara crítico, condicionado por la incomodidad que pueden aportar para algunos individuos.
Ha sido el científico José Luis Jiménez, profesor de la universidad de Colorado (Estados Unidos) y uno de los mayores expertos mundiales en la transmisión por aerosoles quien ha alertado en su cuenta de Twitter de los peligros del mal uso de las mascarillas FFP2: “Un hueco del 2% del área de la mascarilla deja pasar el 50% del aire sin filtrar”, y añade que el ajuste “es un problema muy gordo para el uso de las mascarillas para la población en general”. “Por huecos que nos parecen pequeños pasa la mitad de aire sin filtrar”.
14/ El AJUSTE es un problema muy gordo para el uso de las mascarillas para la población en general
— Jose-Luis Jimenez (@jljcolorado) February 1, 2021
Por huecos q nos parecen pequeños pasa la mitad de aire sin filtrar. En este video (U Delft) se ven tres mascarillas, la N95 y quirúrgica están mal ajustadas y tienen muchas fugas pic.twitter.com/UmgpFkybAd
La realidad incómoda
Así pues, utilicemos el tipo de mascarilla que queramos, pero uno de los capítulos más importantes es conseguir que la totalidad del aire que entra o sale de nuestro sistema respiratorio pase a través del filtro que hemos colocado delante de nuestra nariz y boca, de lo contrario estaremos padeciendo de toda la incomodidad de este accesorio, sin beneficiarnos de su protección física.