Desde el punto de vista estadístico no deberíamos estar preocupados, pero es tan grande el desconocimiento de esta nueva infección global que es responsabilidad de todos ponerle acotación y tener todo el conocimiento sobre su actuación en nuestro organismo para mejorar nuestra defensa contra el coronavirus.
Estadísticas y miedo
A día 20 de marzo de 2020 en España hay censados 47.100.396 habitantes (datos INE de diciembre 2019) y se encuentran infectados por el coronavirus 18.216 ciudadanos, por lo que el porcentaje de personas registradas que han desarrollado patologías relacionadas con el contagio supone un 0,038% del total de la población española. La cifra parecería ridícula, si este evento no se hubiera producido en menos de un mes y tuviera una capacidad mortal en determinados individuos, sobre los que se ha consensuado un protocolo de afectación elevado.
El virus del COVID-19, desde el punto de vista epidemiológico, se considera de acción leve en la gran mayoría de casos, ya que menos del 20% (uno de cada cinco) de los contagiados requieren cuidados hospitalarios: sólo se necesita en ingreso permanente en centros médicos a aquellas personas que tuvieran alguna patología previa con las que se ha demostrado que aumenta el riesgo, teniendo una especial incidencia las enfermedades coronarias, entre las que podríamos incluir la hipertensión, los problemas respiratorios, con los pacientes de EPOC a la cabeza y también, en un porcentaje relativamente elevado, la diabetes.
La neumonía como resultado
En los casos de individuos que, padeciendo patologías previas, se ha detectado una infección por el COVID-19 el porcentaje de los que han desarrollado una neumonía es bastante elevado.
Las células pulmonares (alveolos) son los encargados de procesar el oxígeno para que circule por nuestro sistema sanguíneo. La infección por coronavirus produce un proceso inflamatorio en los alveolos y reduce la capacidad respiratoria del individuo: al intentar resolver la infección, los alvéolos se inflaman y se llenan de líquido y pus. En esa fase ya se ha producido la temida neumonía (pulmonía), quedando reducida la capacidad para respirar y, por consiguiente, se procesa menos oxígeno y se acumula dióxido de carbono en el tejido pulmonar.
Los agravantes
En realidad el coronavirus no es más agresivo con los pulmones que otros virus de la gripe, pero se ha demostrado que con algunas patologías paralelas la neumonía se puede complicar, las más importantes serían:
- EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica).
- Enfermedades cardiacas.
- Hipertensión.
- Diabetes.
En realidad se han tipificado estas patologías como agravantes, pero lo que en realidad sucede es que son las que más afectan a nuestro sistema inmunológico.
Una batalla orgánica
Por el momento no hay ningún tratamiento específico para tratar una infección por coronavirus, aunque ya se están avanzando con éxito en algunos tratamientos paliativos de relativa efectividad (antipalúdicos…) pero, en último término, será nuestro sistema inmune el responsable de neutralizar el ataque del virus y limitar sus consecuencias: la debilidad de nuestras defensas es el mejor aliado del coronavirus.
La relatividad del miedo
Aunque no se padezca una patología declarada, el tabaquismo está considerado como otro factor de riesgo entre los infectados por el COVID-19, además de ser una de las enfermedades relacionadas directamente con la EPOC.
Para la tranquilidad de los asmáticos y alérgicos con episodios de rinitis se han descartado estas afecciones como factor de riesgo, aunque pudieran ser determinantes de un empeoramiento del paciente en caso de crisis severas.
La incidencia de enfermedades cardiacas
Otro de los resultados generales de una infección por el coronavirus es la sobrecarga que se produce en el músculo cardiaco, como sucede con muchas otras infecciones víricas. Para los afectados que, previamente, pudieran tener una insuficiencia cardiaca, el COVID-19 supone un empeoramiento de su afección. Al debilitarse el ritmo cardiaco se puede llegar a favorecer la acumulación de líquido en los pulmones.
La edad, un determinante
Entre todos aquellos que padezcan de una patología previa, de las ya citadas, los que mayor riesgo tienen son los de mayor edad. Según las estadísticas recogidas hasta el momento:
- La edad media de los fallecidos es de 69 años.
- La de los que han superado la infección es de 52 años.
La revista The Lancet elaboró un estudio en China tras el primer mes de infección generalizada y llegaron a estas conclusiones:
- Entre un 1 y un 2% de los infectados, que acaban falleciendo.
- La infección degenera en septicemia o mala coagulación
- La edad es el factor a tener más relevante.
Cuando hay una infección grave nuestro organismo puede sufrir un encadenamiento de fallos multiorgánicos, que es lo que se denomina septicemia (una infección generalizada).
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