La industria agroalimentaria es responsable de la emisión de alrededor del 29% de los gases de efecto invernadero. Podemos reducir ese porcentaje si nos apuntamos a la nueva tendencia nutricional: la dieta sostenible. Se basa en gestos sencillos que mejoran tu salud y la del medio ambiente:
- Prioriza el consumo de frutas y verduras por delante de las carnes y los lácteos (requieren más agua y emiten más CO2 en su producción).
- Elige alimentos de temporada. Son más sabrosos y consumen menos recursos en su transporte y maduración.
- Evita los productos procesados que te sientan peor y agotan más recursos.
- Elige alimentos envasados del modo más ecológico posible: nada de blisters, plásticos o cartones plastificados. Mejor productos a granel y transportados en material reutilizable (por ejemplo, una bolsa de redecilla para la fruta).
- Planifica con antelación tu menú y tu compra semanal. Tu dieta será más equilibrada y evitarás que los alimentos se echen a perder.
- Ahorra agua, no solo cerrando el grifo o con una ducha rápida, también no colaborando con el consumo de alimentos altamente contaminantes para su explotación.
Hacer un consumo un poco más responsable es un objetivo más que loable. Y en realidad, introducir pequeños cambios en nuestra alimentación que además protegen al planeta no es tan difícil, es, además una inversión en la que también se verán beneficiadas tu alimentación y rendimiento deportivo.
El avance de la tecnología nos ha ofrecido nuevas formas de consumo que, por un lado, permiten alargar la conservación de los alimentos, pero a través de aditivos y conservantes industriales en la mayoría de los casos, de forma que, lo que en principio es una ventaja en realidad convierte a nuestros alimentos en preparados cada vez más industriales.
Procesado y ultraprocesado no es lo mismo
Procesados son aquellos alimentos que añaden aditivos como colorantes, conservantes, potenciadores del sabor, edulcorantes, etc. En cambio, algunos alimentos se someten a manipulaciones sin añadidos, como un yogur natural artesano, el aceite d eoliva, los quesos artesanales, la pasta o los pescados en conservas.
Los ultraprocesados, en cambio, son elaborados que potencian las características de los alimentos para hacerlos más sabrosos y estimular el apetito, por lo que generalmente añaden sal, azúcar o aceite de palma. El resultado suele traducirse en muchas calorías vacías y sustancias que no benefician en nada a nuestra salud. Ojo con estos productos, suelen ser más baratos, algunos cuentan con la etiqueta "0 azúcares"... ¿El truco para identificarlos? Lee las etiquetas nutricionales, si ves una lista interminable de sustancias que no entiendes, probablemente, lo que tengas entre tus manos sea un alimento ultraprocesado. Estos productos, además, suelen incluirse en embalajes y envases de plástico que son una carga añadida de residuos para el planeta.
¿Nos estamos pasando con el consumo de carne?
En España hemos multiplicado desde 1950 el consumo de carne por 6. A nivel global, los expertos aseguran que no será posible alimentar a toda la población a través de los modelos actuales basados en la producción de carne. Hay ciertos aspectos que debemos valorar y es que en la producción de carne se consumen otros recursos, por ejemplo, para la producción de 1kg de manzanas se necesitan unos 700 litros de agua, mientras que para la producción de 1kg de ternera son necesarios 15.500 litros. Como nos cuentan en el interesante artículo de Train Hard, mientras millones de personas no tienen acceso a agua potable, se desperdician miles de litros para producir la carne que sobrealimenta al primer mundo.
Por otro lado, una nutrición basada en la carne requiere 20 veces más tierra y 14 veces más agua que una dieta basada en vegetales. Un modelo donde cereales, legumbres, frutas y verduras fueran los protagonistas sería un modelo sostenible y saludable para todo el planeta.
También es un problema de contamiación, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), el sector ganadero emitió en 2006 más gases de efecto invernadero (18%) que el sector de transporte (13%) y es la fuente principal de degradación de ls suelos y el agua.
¿Quiere esto decir que deberíamos hacernos todos vegetarianos?
Esta es una cuestión compleja en la que entran otros condicionantes de tipo ético como el trato que se les dispensa a los animales destinados al consumo humano, pero, lo que es indudable es que no se podrá mantener durante mucho tiempo el ritmo actual de producción intensiva de carne. No queremos decir tajantemente que debamos abandonar el consumo de carne, pero desde luego, sí que debemos hacerlo más racional. Para nuestros abuelos lo habitual no era consumir carne todos los días, sino uno o dos días a la semana. Y nos hemos alejado cada vez más de esa naturalidad en el consumo. No debes preocuparte por no incluir en tu dieta las proteínas suficientes, en los países desarrollados, afortunadamente para nosotros, podemos encontrar fuentes de proteínas alternativas de tipo vegetal por ejemplo para mantener una alimentación equilibrada.
¿Y qué nos dices de los insectos? Puede que para nosotros sea una tendencia nueva, pero está al orden del día en países como China, Japón o Taiwán. Te sorprenderá, pero los insectos presentan un valor nutricional similar a la carne, además son mucho más económicos de producir y eso se refleja también en el precio de venta, puedes tener una fuente de proteínas de alto valor biológico con muy poca grasa, a un precio mucho más reducido, pero además aportando tu granito de arena para conseguir un planeta sostenible. No solo son ricos en proteínas y bajos en grasa, también aportan fibra y micronutrientes como cobre, hierro, magnesio, selenio o zinc.
¿Y los transgénicos?
A lo mejor, así en frío te ves inundado por una serie de prejuicos que identifican a los transgénicos poco menos que con Belcebú, pero lo cierto es que lo que ahora tenemos tan al orden del día como una naranja, en realidad fue en su origen un transgénico fruto de la hibridación de un pomelo y un mandarino hace unos 3.000 años en China. Lo mismo que el boniato, que se empezó a cultivar en Perú hace 8.000 años y que también es un transgénico natural que contiene ADN procedente de una bacteria que produce tumores en las plantas. Pues eso... Ahora estas técnicas se consiguen con ingeniería genética para insertar o modificar genes. La realidad es que vivimos ya en un mundo transgénico en el que productos tan cotidianos como el fresón son alimentos modificados genéticamente. En 20 años de investigación y uso de transgénicos no se han registrado en todo el mundo ningún problema santitario o ecológico y eso que son objeto de férreos controles. De forma que, por ahora, no hay ninguna razón científica para que la agricultura ecológica no use transgénicos resistentes a insectos, virus o enfermedades, los tolerantes a la sequía y los que aportan mejoras nutricionales para aumentar su productividad por el sencillo procedimiento de reducir las pérdidas a la vez que mejora la calidad nutricional de estos productos.