Igual que cuando dijiste que no volvías a correr más y te apuntaste a tu 2 segunda carrera popular de 10 kilómetros, o esa vez que prometiste que lo del medio maratón te parecía una pasada y llevas 10, las mismas veces que has cambiado de zapatillas porque “llevan demasiados kilómetros” o esa tarta de la que te habrías comido otro plato pero la apartaste con mirada triste porque “mañana me tocan series de 1.000 en el parque”.
Seguramente no has plantado nunca un árbol, lo de montar en globo no te va y lo de escribir un libro lo abandonaste cuando apareció WhatsApp, pero lo siento, eres corredor popular y lo de correr un maratón te ronda y ronda la cabeza desde hace meses. Claro que te ves en Nueva York el primer domingo de noviembre, porque tu religión es la de los pantalones cortos y la camiseta de tirantes, madrugones, tiradas largas y series. Porque sabes que incluye solo dos mandamientos: la búsqueda de la felicidad de sentirte libre y completar los 42.195 metros que separan el Puente de Verrazano de Central Park, surcando con una sonrisa idiota de enamorado los cinco famosos distritos de la ciudad americana por excelencia: Staten Island, Queens, Brooklyn, Bronx y Manhattan. Sabemos que hay maratones con mayor participación, incluso mejor organizados, circuitos más propicios para lograr tu mejor marca, más baratos, etc. Los hay, no vamos a mentir. Pero lo que está claro es que sólo uno de ellos traspasa la frontera del deporte. Cuando escuchamos la palabra maratón, la gran mayoría de los seres humanos sólo tenemos la imagen de una ciudad en la cabeza: Nueva York. Por algo será.
42 km que no olvidarás jamás.
Desde el bus al amanecer cruzando el río Hudson, hasta la primera vez que atisbes por los cristales empañados el puente de Verrazano. Sabes que todo va a comenzar muy pronto, quizá demasiado, pero llevas soñando mucho tiempo con este momento. Habrás escuchado cuentas atrás, pistoletazos de salida, ‘Carros de Fuego’ y ‘We are the Champion’, pero hasta que no escuches el cañonazo de los marines y el ‘New YorK, New York’ de Sinatra, no sabrás que estás por fin cumpliendo tu sueño. De ahí en adelante puentes, muchos puentes, facilones y de subidón como el de Verrazano, pestoso como el Pulaski en el medio maratón o insufrible como el de Queensboro allá por el kilómetro 25. Todos, absolutamente todos, se te quedarán en la retina para toda la vida. Añádele los raperos del Bronx, los cientos de banderas de Chile, Colombia o Perú de Brooklyn, la entrada en la Primera Avenida de Manhattan, las calles de Harlem o esa Quinta avenida que no deja de subir y subir hasta casi el Metropolitan Museum, con los últimos alientos ya dentro de Central Park.
¿Quién no ha soñado alguna vez con correr por las calles de New York?
Sentirte corredor en la meca del running, vale, en un país con un índice de obesos brutal, sí, pero en una ciudad que cuida al que quiere correr por sus calles y parques. Saber que esa medalla de finisher paseará por la Quinta Avenida, el Rockefeller o el Empire State mientras cientos de lugareños te pararán a felicitarte, hayas hecho 2:37, 3:30 o no hayas sido capaz de bajar de las 5 horas. Únele esa edición especial del lunes del New York Times con especial maratón en el que publican una clasificación que guardarás toda la vida. Sabemos que siempre serán 42.195 metros y que tu maldito GPS pondrá que casi 44 pero, ¿y lo bien que te lo has pasado mientras chocabas manos a miles de espectadores, comías pretzel a pares o cogías servilletas de papel para secarte el sudor a niños que llevaban horas esperándote (a ti, sí, a ti)?
¿Qué no deberías perderte?
Deja tu mejor marca de lado, olvídate de los parciales por kilómetro y lánzate a descubrir las calles de Nueva York que tantas veces habrás visto en películas y series. ¿Te imaginas estar en el Parque de Bomberos de los Cazafantasmas? ¿Por qué no ir a patinar al Bryant Park una mañana antes de visitar la Rose Room de la New Public Library de la 42th con la Quinta? Basta con que andes por las calles y te empapes del ambiente, un atardecer en lo alto del Empire State, las vistas a Central Park del Rockefeller o un simple partido de béisbol a pie de campo. Tiendas de vinilos de segunda mano o una especializada en arroz con leche con mil sabores, ¿eras un friki de ‘Friends’? Relájate en un pueblo dentro de una ciudad de locos y rascacielos con un paseo por Greenwich Village o píllate el metro hasta Coney Island y tómate un perrito en Nathan’s mientras montas en la montaña rusa o se te escapa un ‘te quiero’ paseando mirando el mar.
48 años de historias de maratón
Acércate a la meta cualquier día antes del maratón y verás la estatua en homenaje a Fred Lebow. Él en 1970 se “inventó” el primer Maratón de Nueva York con solo 127 inscritos; 55 llegados a meta y sin mujeres, porque la única inscrita se lesionó. Sí ha llovido, sí, desde ese maratón dando vueltas a Central Park que tenía de presupuesto 1.000$ (la inscripción era 1$).
Busca en internet cuando el mexicano German Silva se equivocó en Central Park, saliéndose del recorrido y llegando a remontar y ganar, el mismo año que la keniata Tegla Loroupe era la primera mujer africana que ganaba en Nueva York, o en 2004, cuando Paula Radcliffe ganó por solo tres segundos a la keniata Susan Chepkemei en el sprint femenino más apretado que se conoce en la historia del maratón neoyorkino (el honor masculino le corresponde a Paul Tergat, cuando venció a Hedrick Ramaala sobre la misma línea de llegada en 2005). Miles de historias, tantas como las de los 51.394 hombres y mujeres que terminaron en 2016, marcando un nuevo récord mundial de llegados a meta en una prueba de maratón.
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