Cuando aterrizamos en Hamburgo el reto que teníamos por delante era muy claro: 250 kilómetros non stop a relevos entre los 10 componentes del equipo que había montado la oficina española de Reebok. El nombre elegido, “Spanish Rockets", ya metía bastante presión (¿qué tal las “Tortugas ibéricas" para la próxima vez?). Uno respira más tranquilo cuando ve que en el equipo hay muy buenos corredores, como nuestro compañero de Runner´s World Javi Moro, Miriam Costa (una de las mejores mediofondistas de España) y el gran Reyes Estévez, el que fuera campeón de Europa de los 1500 metros que además llegaba en muy buena forma porque estaba ya a escasas tres semanas de participar en Berlín en el que iba a ser su debut en el maratón.
DEJAR HUELLA…AUNQUE SOLO SEA EN LA FURGONETA
La víspera de la carrera asistimos a la presentación de las zapatillas con las que íbamos a correr (las Reebok Floatride, una zapatillas de 245 gramos que tienen más amortiguación y sobre todo más estables de lo que puede parecer a primera vista). Tocaba el turno de una de las tradiciones de la prueba: decorar las dos furgonetas en las que nos íbamos a desplazar el equipo de 10 runners y nuestros dos asistentes (Sergio y Laura, verdaderos ángeles de la guarda, que pasaron la noche en vela, haciendo de conductores, animadores, “conseguidores" de todo lo que hiciera falta…). Tirando de tópicos (no faltaba el toro), no quedo ni un centímetro libre de pintura.
Cena-barbacoa con un par de cervezas y a dormir….aunque nuestro turno de salida era el último, a las cuatro de la tarde. Esta es una de las cosas que hace especial a las Ragnar. Tu das tu ritmo habitual de carrera y de acuerdo a él ellos te dan hora de salida. Los equipos con previsión de ser más lentos empezaron a salir a las 9 de la mañana. Con nosotros en el último grupo sólo había otros tres equipos lo que la verdad sea dicha deja la salida muy fría y realmente hasta pasadas cuatro o cinco horas y empezamos a coger ya a gente en los relevos ibas tan sólo que no parecía realmente que estuvieras en una carrera. A esto contribuyó que nuestro tercer relevista tuvo un despiste y se perdió e hizo 4 km de más lo que nos supieron 20 minutos extra de retraso.
Aclarar que los relevos no son de una distancia uniforme. La organización los va colocando de acuerdo a una cierta distancia (los más cortos son de 4’5 km y los más largos de 16) y sobre todo usando zonas dónde haya posibilidad de parking (aunque los equipos salen muy separados a partir de mitad de carrera se van concentrando y se monta un buen jaleo en las zonas de relevo). En ellas echamos de menos algo de avituallamiento. Si que te daban botellas de agua, pero ni una barrita. En uno de los stands había la posibilidad de hacerte una batido de frutas natural…¡pero te lo tenías que batir tú mismo pedaleando en una bici! Curioso que sí que había, por ejemplo, unos grandes barriles con hielo para meter las piernas y acelerar así la recuperación.
Resolvimos el avituallamiento gracias a una gasolinera salvadora que aunque ya cerrada para entrar para comprar comida (sólo se podía repostar), la amable trabajadora, que no hablaba inglés, ante nuestras caras de necesidad nos abrió y pudimos abasteceros de sándwiches, yogures, galletas, café, chocolate y hasta sushi). Lo que nos sorprendió fue el precio. Y es que era más barato que en la mayoría de los supermercados españoles.
LA REMONTADA YA ESTA AQUI
Yo era el sexto del equipo en relevar y me tocó empezar a correr con mi tramo más largo (11’2 km). Era casi ya al el atardecer y realmente lo disfruté. Llevaba ya cuatro horas en la furgoneta y te entra un poco el efecto de “león enjaulado". Mi primera zona era por un bosque de largas rectas para cruzar luego una zona residencial y terminar los últimos km por unos amplios campos verdes que nos acercaban al mar. Además, durante unos kilómetros la furgoneta fue a mi lado (algo que por cierto está prohibido) y corrí al ritmo de una de mis canciones favoritas (“People have the power") a todo volumen desde la furgo. Terminé en 47’, excelente para mi estado de forma. Apenas había corrido; me había concentrado para afrontar con la bici los puertos de los Alpes.
Y entramos en la madrugada. Hacía las dos de la mañana me tocaba mi segundo relevo. Llegamos a la zona 15 de relevo. En ese momento llovía bastante pero aunque no salimos de la furgoneta notamos algo raro. Llega un corredor y no tiene a su relevo allí preparado. Llega otro y tampoco. Y un tercero más y también sin compañero. Y nadie parece preocupado. Está claro que allí pasa algo raro. Bajamos a preguntar y descubrimos que hemos pasado por alto un detalle de las instrucciones: estábamos junto a un canal y allí el relevo se hacía de una forma diferente. Simplemente llegaba el corredor, se avisaba por el walkie talkie al otro lado dónde estaba esperando el relevo y se le dejaba salir y se le daba una nueva pulsera para poder seguir con los relevos. Salimos pitando a coger el ferry que estaba a apenas 100 metros y ni lo habíamos visto. La travesía apenas duró cinco minutos y aunque por los pelos llegamos a tiempo para estar allí cuando mi compañero Dani llegara al otro lado y avisar por el walkie. Pero no se habían acabado las incidencias. ¡Se les habían acabado las pulseras! Cinco minutos de lío y al final salgo aunque sin pulsera que recuperaríamos más tarde ya que la trasladó la otra furgoneta de nuestro equipo.
De tanto lío, y aunque el recorrido estaba bien marcado y las señales tenían incorporadas una llamada luminosa, me pasé de largo un cruce. Al llegar a un cruce en el que no había señales ya vi que me tenía que hacer pasado. Afortunadamente fueron apenas 300 metros de despiste. Este relevo fue realmente especial. Había parado de llover y fueron 5 km al mismo borde del mar, con un montón de ovejas por testigo y con una luna llena espectacular.
Cada vez estábamos más metido en carrera y con un gran relevo en mitad de la noche de 16 km de Reyes Estévez dimos otro gran salto. El espíritu del equipo crecía y la verdad es que una sensación especial correr casi más por los demás que por ti mismo.
En medio de la madrugada llegó la anécdota más divertida de nuestro paso por la Ragnar. Tras culminar su relevo Miriam no encontró esperándole a Jesús que era quién debía coger la pulsera. Pensaba que tenía algo más tiempo y había decidido una rápida visita al baño y al oírla hablar salió disparado del wáter portátil “en plan Superman saliendo de la cabina".
SENTIRTE MAS VIVO QUE NUNCA
Se hizo de día y pudimos ver como estábamos ya junto al Mar del Norte. Yo había logrado esquivar la lluvia y quizás por presumir de ello nada más comenzar mi último relevo de 8’2 km me cayó encima una granizada tremenda cuando corría pegado al mar pasando por esas playas de pradera verde que te hacen explicarte la razón por la que esta buena gente teutona sale volando hacia Mallorca, Andalucía o nuestro Levante.
El granizo, un viento de cara apenas te dejaba avanzar, el cansancio de la noche en vela (con tanto trasiego de relevos apenas había echado una cabezada de 30-45 minutos), de hacer desayunado un plátano que había encontrado por el maletero de la furgoneta….pero en lugar de ir pensando “qué demonios se me ha perdido a mí aquí en el fin del mundo", la verdad es lo estaba disfrutando; era una de esas ocasiones en la que te sientes más vivo que nunca.
Justo un km antes de finalizar tu relevo te avisaban de que te faltaban esos 1.000 metros. Yo dejé todo lo que tenía antes de lanzarle a mi compañera en su muñeca la pulsera del relevo. Sólo nos quedaban ya cuatro postas más para terminar, la última de ellas, que le tocó a nuestro capitán Alex Heredia, seguramente la que tenía más dureza de los 250 km que habíamos hecho, la mayor parte completamente llanos. Alex tuvo que superar dunas y correr por la arena para entrar en la recta final en el paseo marítimo de donde le esperábamos los otros 9 “Spanish Rockets" para entrar todos juntos en meta dieciocho horas y 50 minutos después de que Miriam hubiera dado nuestra primera zancada en Hamburgo.
Me encantó el detalle de las medallas. Formaba una imagen cuando estaban unidas como un puzzle las 10 del equipo antes de que cada uno cogiéramos la nuestra. ¡Para poder volver a verla completa tendremos que quedar a cenar! Eran ya casi las 12 dela mañana así que nos unimos con energía a la fiesta post-carrera con puestos ambulantes con cerveza y perritos, pescado ahumado y crepes para todos.
¿Y cómo habíamos quedado? Pues, y esto era quizás el peor punto de la prueba, no había ningún tipo de control de chip ni de tracking (eso sí, la app para ir a los relevos estaba muy lograda y aunque no hablamos nada de alemán ni teníamos remota idea de dónde estábamos pudimos moverse casi como si fuéramos de la zona).
Allí nos dijeron que había que esperar al viernes para saber la clasificación final. Y nuestro grupo de whatsapp echó humo cuando salió: primeros en nuestra categoría (equipo mixto) y terceros en la clasificación absoluta. Pero, aunque nos dimos lo mejor de nosotros en cada relevo, cuando vuelves de la Ragnar te das cuenta de que esta carrera no va de esto. Que el que gana es el que más disfruta del camino. Experimentar la soledad del corredor está muy bien, que tienes sus momentos únicos, pero sentir la compañía del corredor de fondo es una nueva vivencia que engancha. ¿Para cuándo una Ragnar en España?